Wednesday, February 01, 2006

Everybody's got something to hide, except for me and my monkey

Estos días escribí un cuento que paso a publicar a modo de folletín. Es la historia de Andrés, un personaje recurrente en mis relatos. Se divide en 13 breves capítulos, así que hasta el 13 de febrero (qué casualidad, justo es el día en que vuelve mi psicólogo de vacaciones) no se sabrá el final, nada sorprendente por cierto: eso del efecto impactante no está dentro de mis competencias literarias, es más, tampoco logro que en mis cuentos pasen cosas, que los personajes se transformen, que las circunstancias atrapen al lector, en fin, se me podría acusar de posmoderna, pero tampoco, el posmodernismo es muy antiguo y yo soy tan verde... Ah, y hablando de verde, el cuento carece de título, es que nunca logro dar con títulos que me agraden, ellos son para mí algo así como tréboles, no de cuatro, sino de cinco o seis hojas (perdón, pétalos). Los que sí están titulados son los capítulos. Ahí va el primero:


1. Las lágrimas
Marina acaba de irse. La ayudé a bajar los bolsos, pero subí antes de que llegue el radiotaxi. Que no me gustan las despedidas es un argumento muy débil para justificar que los dejé solos, a Brunito y ella, en la vereda a las cinco de la madrugada, ya lo sé, ¿a quién le gustan las despedidas?, pero es eso, no hay otro motivo. Además podrían haberse quedado, a mi no me molestaba que viviesen conmigo, aunque, para qué negarlo, sí me molestaba, era un verdadero fastidio, pero jamás le hubiese dicho a Marina que se fueran. Igual se fueron, y acá estoy, sentado en la cama, sin saber qué hacer, qué pensar. A los treinta y dos, cuando salíamos del velatorio de mi viejo, le dije a Anita, mi hermana, que sentía algo extraño; me preguntó qué sentía y traté de describírselo de manera muy rudimentaria, así soy yo cuando se trata de hablar: es como si una pelota estuviese dando vueltas adentro mío; cuando inhalo sube, pero no sé desde dónde sube y tampoco hasta dónde sube, es una sensación de subida nomás; y cuando exhalo me pica la nariz. No es una picazón molesta como suelen ser las picazones, sino más bien dolorosa, bastante dolorosa. Mi hermana, cuya principal característica, al menos para mí, siempre fue la de saber de qué se trata esto de estar vivo, me respondió que cuando ella siente eso, llora. Tenés ganas de llorar, pobrecito, y no sabés.

Ahora, a los cuarenta, sentado en la cama lloro, pero no creo que sea porque haya aprendido, sino porque no sé qué hacer. Además, llorar es ridículo, no significa nada. Sin ir más lejos, tengo el ejemplo de mi propia hija, que cuando murió su perro, al cual ella adoraba, según mi opinión de manera exagerada, no dejó de asistir al cumpleaños de una de sus compañeritas de jardín, y dicen que jugó toda la tarde como si nada, pero un año después, cuando murió el canario de su madre, al que nunca le había prestado una atención especial, lloró desconsoladamente, y cada mañana al levantarse nos preguntaba si la muerte del canario había sido una pesadilla; cuando le respondíamos que efectivamente el canario había muerto, lloraba y no quería tomar la leche. Así pasaron semanas, meses quizás.

No creo que vuelva a dormir en la cama. Me acostumbré al sofá, que si bien no es cómodo, tiene una gran ventaja: es impersonal, a diferencia de las camas, que siempre son de alguien. Cuando me levanto retiro las sábanas y nadie tiene modo de saber que dormí allí. Mi sueño no deja rastros y eso me causa un raro placer; es como si no durmiera, pero sí duermo. La que no puede dormir es Marina. Tal vez se fue para probar si en otro lado se le va el insomnio, no sé, no sé por qué se fue. Casi no sé nada de ella. Desde el inicio de la relación, sin contar la etapa de conquista que consistió en unas pocas salidas, siempre fuimos “nosotros”. Rara vez hablamos de temas individuales. Es cierto que nos unen muchas cosas: trabajamos de lo mismo, nacimos con seis años de diferencia, yo en el 62 y ella en el 68, pero los dos somos de géminis, nos drogamos bastante en nuestra adolescencia, tenemos hijos, cada uno por su lado, pero los dos compartimos el hecho de ser padres de chicos posmodernos, y sobre todo, siempre nos pesó mucho la soledad. Estando juntos nos habíamos olvidado de ella, pero eso tuvo su precio, bastante caro por cierto.

1 comment:

Abukasem said...

espero ansioso la continuación......es peor que una propaganda!