Friday, August 12, 2005

Thursday, August 11, 2005

Horóscopo Beatle


Diga una canción de los Beatles (puede ser la preferida, la que menos le gusta o la primera que le viene a la cabeza) y recibirá las predicciones de Yvonne, experta astromúsica y ferviente colaboradora de este blog.
(consideración al margen: ¿Derrida se habrá inspirado en los Beatles para hacer su teoría de la Différance? Digo, por lo de Beetle y Beatle. Puede ser ¿no?)

Wednesday, August 10, 2005

Sobre gustos


¿Qué le pareció mi queso señor Borges?
Para mi gusto, un poco blando.

Recomendado

Hoy volví a leer "Ventanas. Mil reminiscencias de ciudad" que escribió Vivi con motivo de un cuadro que pinté para ella. Vivi es mi amiga poetisa, la única gran poetisa que conozco personalmente. Además de colgarlo en mi blog, puesto que me encanta, quiero aprovechar la ocasión para recomendar el suyo: El octavo beso (imperdible)
Ventanas. Mil reminiscencias de ciudad.

Yo miraba desde aquel balcón.Un hombre hermoso a lo lejos, iluminado por la pantalla estática de la computadora. Con una mano compulsiva apretaba el mouse, con la otra sostenía el café humeante. Escribía. Tenía el pelo corto, un sweater negro, era un poco pálido y pasivo. La fiesta estaba en otro lado. Otra ventana.Allí la gente giraba sobre un piso que parecía enjabonado. Un hombre estiraba los brazos como si fuera a dar vueltas en el aire. Le sostenía la mano otro hombre apenas inclinado con un sombrero en la cabeza. Más adelante, casi en la sala, había una mujer. Tenía la pierna extendida finamente, un teléfono en la cavidad del cuello, un libro en la mano. Seguro que leía a Beckett. La biblioteca estaba al lado suyo. Era una mujer tremendamente hermosa, de pelo corto, con una pollera verde. Sobre el mueble de la biblioteca había una planta. Atrás suyo un hombre la miraba embelesado. Se sostenía la cabeza con las manos y la espalda estaba arqueada como un gato. Le miraba las piernas.En otra ventana pude ver al diablo, pero no era el diablo sino un caballito de mar nadando en el vapor del vidrio. También pude ver un living fastuoso pero vacío, con una gran mesa redonda de vidrio sin adornos.En otro edificio había un matrimonio apunto de dormir. La cama de dos plazas era una barrera insalvable. La mujer, atrás, iluminada por la luz del velador, tenía la cabeza gacha. Parecía apenada. Él miraba hacia afuera por la ventana como si quisiera vivir otra vida. Lo demás que ví es vacío o sangre chorreada o mierda derretida.Por puro voyerismo busqué a los amantes pero permanecieron escondidos en las sombras. Eran fantasmas.Atrás ya aparecía el amanecer. Aquel hombre del café continuaba escribiendo.Yo llegué con mi cuadro lleno de colores, miles de vidas superpuestas llenas de amarillo, a la mesa de mi casa.- ¿ Te gusta, René? – le dijeY me sorprendió que el electromecánico pudiera ver más allá de los colores del cuadro abstracto de Muriagna.- Está bueno... pero es triste, ¿ no?. Es triste. Al menos para mí.

Tuesday, August 09, 2005

Rombola's people


Parece que somos varios...

Sombras sobre vidrio esmerilado


Suceder y Representación en “Sombras sobre vidrio esmerilado”, de Juan José Saer[1]
(breve ensayo publicado en El Recuerdo y la Voz, Homenaje a Juan José Saer, Universidad General Sarmiento, 2005)
¡Qué complejo es el tiempo, y sin embargo, qué sencillo!, reflexiona la poetisa Adelina Flores en “Sombras sobre vidrio esmerilado” y es pensar en el “ahora” lo que la lleva a esa expresión: “ahora” que transcurre en su sillón de Viena, mientras ve la sombra de Leopoldo, su cuñado, proyectada sobre el vidrio esmerilado de la puerta del baño, “ahora” de Susana, su hermana, yendo al médico, “ahora” de su habitación con libros polvorientos en la que no puede estar y por eso llevó su sillón de Viena a la antecámara: es difícil soportar encerrada entre libros polvorientos los atardeceres de este terrible enero, piensa, “ahora” que transcurre a su costado, en los sillones desocupados que no ve, sólo puede recordar puesto que está viendo la sombra de Leopoldo,“ahora” en todos lados, simultáneamente. Por eso digo que el presente es en gran parte recuerdo y que el tiempo es complejo aunque a la luz del recuerdo parezca de lo más sencillo, piensa.

Sombra y Ausencia:

El escritor escribe siempre desde un lugar, dice Juan José Saer, y al escribir, escribe al mismo tiempo ese lugar. Agrega:

No se trata de un simple lugar que el escritor ocupa con su cuerpo, un fragmento del espacio exterior desde cuyo centro el escritor está contemplándolo, sino de un lugar que está más bien dentro del sujeto, que se ha vuelto paradigma del mundo y que impregna, voluntaria o involuntariamente, con su sabor peculiar, lo escrito.[2]

Personajes, geografías y experiencias (de vida y de lectura) se entretejen entonces, y forman constelaciones que representan en la estructura narrativa esa unidad de lugar.

Ahora bien, representar, como señala Beatriz Sarlo, es sin embargo una tarea siempre insegura. Dice al respecto: Saer piensa que, si se capta el suceder, la ficción podría acercarse a representar[3].

En “Sombras sobre vidrio esmerilado” el suceder va delineándose de manera dialéctica entre sombras y recuerdos. Ahora veo la sombra de mi cuñado Leopoldo proyectándose agrandada sobre el vidrio de la puerta del baño, piensa Adelina mientras se hamaca en su sillón de Viena y advierte que tiene la mano en el falso seno de algodón puesto sobre la cicatriz blanca. Es entonces cuando sombra y ausencia se conjugan para iniciar el recorrido por los recuerdos, que en el transcurso del relato devendrán poesía.

Percepción y Recuerdo:

Henri Bergson señala en su texto “La memoria o los grados coexistentes de la duración”:

Cuanto más se piense menos se comprenderá que el recuerdo pueda nacer jamás si no se crea al mismo tiempo que la percepción. O el presente no deja huella alguna en la memoria, o es que se desdobla en todo instante, desde su mismo surgimiento, en dos chorros simétricos, uno de los cuales revierte hacia el pasado mientras el otro se abalanza hacia el futuro. Este último, al que denominamos percepción, es el único que nos interesa. No tenemos que hacer mediante el recuerdo cuando tenemos las cosas mismas[4].

Asimismo, Bergson también indica que nos colocamos de golpe en el pasado:

Tenemos conciencia de un acto sui generis por el cual nos separamos del presente para volvernos a colocar en primer lugar en el pasado general, luego en una determinada región del pasado, trabajo de tanteo, análogo a la puesta a punto de un aparato fotográfico. Pero nuestro recuerdo permanece aún en estado virtual; de este modo sólo nos disponemos a recibirlo adoptando la actitud apropiada. Poco a poco, aparece como una nebulosa que se condensa (...) y a medida que sus contornos se dibujan y que su superficie se colorea, tiende a imitar la percepción. Pero permanece adherido al pasado por sus profundas raíces y si no fuera, a la vez que un estado presente, algo que contrasta con el presente, jamás lo reconoceríamos como recuerdo.[5]

Quisiera indicar, que el acto de hamacarse en su sillón de Viena puede leerse al mismo tiempo como el movimiento que realiza Adelina desde la percepción del cuerpo borroso de Leopoldo hacia el recuerdo.

(“Sombras” “Sombras sobre” “Cuando una sombra sobre un vidrio veo”. No), esa es la primera marca del poema que irá construyendo Adelina a lo largo del relato a fin de simbolizar ese “ahora” perturbadoramente complejo de la sombra sobre el vidrio: es terrible pensar que lo único visible y real no son más que sombras”, piensa.

Después de ese primer intento de construcción del poema, surge el recuerdo de Tomatis, el cual considero especialmente importante, puesto que es en ese momento donde se inicia la tensión entre dos poéticas totalmente opuestas que logran su punto de equilibrio en la construcción formal del relato. A ese recuerdo, le suceden otros, de manera intermitente con la percepción de la sombra sobre el vidrio, recuerdos que podrían dividirse en dos tipos: los que nacen de las sombras: el cuerpo desnudo de Leopoldo echado sobre Susana en una playa: Vi eso, enorme, sacudiéndose pesadamente, desde un matorral de pelo oscuro; lo he visto otras veces en caballos, pero no balanceándose en dirección a mí. Fue un segundo, porque Leopoldo se subió enseguida el traje de baño y se sentó rápidamente frente a Susana, y los que provienen de ausencias: la cicatriz blanca de su pecho y la muerte de sus padres.

Como fuera señalado anteriormente, sombra y ausencia se conjugan para iniciar el recorrido hacia el recuerdo ¿Pero de qué manera se entretejen con éste para constituir el suceder del relato, sino a través de la representación poética que realiza Adelina? Puede leerse entonces, la construcción del poema dentro del cuento, como la síntesis de la dialéctica entre percepción y recuerdo.

El arte de narrar:

Así se titula el primer libro de poemas de Saer (1960-1975) y también el libro que reúne toda su obra poética comprendida entre 1960 y 1987. La reciprocidad entre narración y poesía puede observarse también en sus relatos y novelas, donde la construcción de las frases parece estar, la mayoría de las veces, atenta al ritmo poético. Asimismo, quisiera señalar cómo en “Sombras...” es el arte de narrar el relato lo que equilibra la tensión de poéticas opuestas, tensión que se presenta a partir del recuerdo de Tomatis:

Ese chico, ¿cómo se llamaba? Tomatis. Él me dijo una vez lo que piensa de mí, en la mesa redonda sobre la influencia de la literatura en la educación de la adolescencia. (...) y cuando terminó la mesa redonda y fuimos a la comida que nos ofreció la universidad, Tomatis se sentó al lado mío. (...) y me dijo “¿Usted no cree en la importancia de la fornicación, Adelina? Yo sí creo. Eso les pasa a ustedes, los de la vieja generación: han fornicado demasiado poco, o en su defecto nada en absoluto. ¿Sabe? Se dice que usted tiene un seno de menos (...) ¿Es cierto? ¿No piensa que usted misma lo ha matado? Yo pienso que sí.(...) Tiene un par de sonetos por ahí que valen la pena. Perdóneme la franqueza, pero yo soy así. Usted debería fornicar más, Adelina, sabe, romper la camisa de fuerza del soneto –porque las formas heredadas son una especie de virginidad- y empezar con otra cosa.

Tradición y Vanguardia, que se encarnan en las figuras de Adelina y Tomatis respectivamente, parecen disputarse entre sí los modos de producción poética. Ahora bien, es el relato en su construcción formal, quien las contiene simultánea y equilibradamente, puesto que puede pensarse en un quiebre de las formas heredadas (introduciendo la construcción del soneto dentro de la narración) y al mismo tiempo puede leerse como un homenaje singular e íntimo a esa tradición, puesto que como dice Saer en “El arte de narrar”: Cada uno crea / de las astillas que recibe / la lengua a su manera.[6]

Contra voz:

Antes de que sea mencionada, el nombre Adelina Flores nos la sugiere. Luego, Alfonsina Storni aparece en el recuerdo de ese día, en que Adelina vio el cuerpo desnudo de Leopoldo sobre su hermana Susana:

Nadamos toda la mañana y yo les leí poemas de Alfonsina: y cuando llegué a donde dice: “Una punta de cielo / rozará / la casa humana”, me separé y me fui lejos, entre los árboles, para ponerme a llorar.

Ese poema de Alfonsina, se entreteje con los endecasílabos que va construyendo Adelina:

“Veo una sombra sobre un vidrio. Veo”, “Algo que amé, hecho sombra y proyectado”, “sobre la transparencia del deseo”, “en confusión, súbitamente apenas”, “vi la explosión de un cuerpo y de su sombra” “Ahora el silencio teje cantilenas”, “que duran más que el cuerpo y que la sombra”, “Ah, si un cuerpo nos diese aunque no dure”, “cualquier señal oscura de sentido”, “como un olor salvaje que perdure”, “contra las formaciones del olvido”, “y que por ese olor reconozcamos”, “cual es el sitio de la casa humana”, “como reconocemos por los ramos”, “de luz solar la piel de la mañana”.

Pero especialmente puede pensarse como la “contra voz “(así es como se titula el poema de Alfonsina) como la refutación que, piensa Adelina, necesitaba escuchar su madre:

La voz que escuchamos sonar desde dentro es incomprensible, pero es la única voz, y no hay más que eso, excepción hecha de las caras vagamente conocidas, y de los soles y de los planetas. Me parece muy justo que mamá odiara la vida. Pero pienso que si quiso decírmelo antes de morirse no estaba tratando de hacerme una advertencia sino de pedirme una refutación.

[1] Juan José Saer, “Sombras sobre vidrio esmerilado”, Unidad de lugar, Grupo Editorial Planeta, Buenos Aires, 2000.
[2] Juan José Saer, “Literatura y crisis argentina”, El concepto de ficción, Grupo Editorial Planeta, Buenos Aires, 2004, pág. 99.
[3] Beatriz Sarlo, “Juan José Saer (1937 - 2005): de la voz al recuerdo”, La Nación, 19 de junio de 2005.
[4] Henri Bergson, La memoria o los grados de la duración, Ed. cast.: Alianza Editorial, Madrid, 2004, pág. 58.
[5] Ibíd., pág. 64.
[6] Juan José Saer, El arte de narrar, Grupo Editorial Planeta, Buenos Aires, 2000, pág. 91.