Monday, August 06, 2012

Las personas felices escuchan música de mierda

las personas felices
escuchan música de mierda
se tocan cuando bailan, se ríen cuando
bailan, las personas felices
escuchan música de mierda
cantan cuando bailan, se chocan cuando
bailan, las personas felices
escuchan música de mierda
sos vos que no bailás

Friday, August 03, 2012

PAN

Vamos a comprar la comida, es la hora, es la una, a veces cuando hay poco trabajo nos tomamos dos horas para comer, o más, nunca soy yo la que dice basta, volvamos, si fuera por mí me quedaría en la sobremesa hasta las seis de la tarde, está nublado.

Aunque cómo saberlo, en realidad hay niebla, no llego a ver el cielo, caminamos, hablamos, no sé de qué, trivialidades, locuras, inventos, verdades que no solemos hablar con nadie más que con nuestros compañeros de oficina, les contamos todo y un día cuando cambiamos de trabajo ya no les hablamos más.


No estamos yendo por el mismo camino de siempre, no sé si nos perdimos, nos distrajimos hablando, no sé por qué hoy, ¿vos sabés?, yo pasé por acá hace un tiempo, me acuerdo por el cartel que está colgado en la ventana alta del edificio.


Es un cartel de letras blancas sobre una tela negra que dice música para niños y está el número de un celular, yo lo vi hace un tiempo, me gustó, podrías traer a tu hijo, ¿no sería lindo?, te queda cerca del trabajo. 


El edificio es estilo francés, no, no se llama estilo francés, es estilo art nouveau, qué poco sé de estilos, es un edificio señorial en una manzana lumpen, el gusano de la manzana es un edificio.


Alguien nos dijo que ahí vendían comida, yo no sé qué quiero, algo caliente porque hace frío, algo harinoso, necesito energía, cruzamos la calle y me das la mano, no me sorprende porque desde hace varias cuadras caminamos muy cerca, no nos chocamos, los roces no son choques, son roces que ahora terminaron con tu mano en mi palma, tus dedos se filtran como rayos, pero de otra cosa, no de luz, la luz es rápida y esto es muy lento, tus dedos se filtran, ya no sé cuáles son tus dedos en este bollo suave, no tenemos más dedos, solo este bollo que se bifurca en dos brazos, uno grande y otro más fino, y es normal.


Subimos por una escalera de mármol y llegamos al hueco de una puerta, no hay puerta, o está tan abierta que no la vemos, y detrás del hueco hay un hall, y hay un cartel escrito en tiza que no leemos, preguntamos qué tienen para comer, no preguntamos, primero nos habla un chico con acento ruso, pero es de acá, no puede ser ruso, qué ojos, dan miedo, me encantan esos ojos, me encanta que un chico con acento ruso y ojos que dan miedo nos pregunte qué queremos.


Preguntamos qué tienen para comer, otro chico nos dice que no hacen comida, dan cursos de pintura, de ilustración, de guitarra, de cocina, qué tipo de cocina preguntás y yo me siento ebria, en confianza con desconocidos, como cuando estoy ebria, como si los conociera, curso de pan relleno, te digo, esta es la casa del pan relleno, todos son tan jipis, el chico que nos dijo lo de los cursos tiene una remera blanca y gastada con un arcoíris dibujado, las uñas sucias y el pelo teñido de rubio, las raíces más oscuras, no le vi los ojos, después sí se los voy a ver, después de que pase todo, después de todo.


¿Estás decepcionado?, no, ya no queremos comer, ahora el bollo suave no se bifurca en dos brazos, los dos brazos también son el bollo, solo siento tibio, siento suave, siento que es normal, ¿en qué momento caímos?, estamos en el suelo, pero no recuerdo cuándo fue que caímos, nos habremos ido deslizando, somos un bollo hecho de brazos, manos, espaldas que ya no pueden distinguirse por separado.


Ya sacaste la pija afuera, me la imaginaba más rosa, ¿podés creer?, pero es pálida, y enorme, te digo que no, prolonguemos el deseo, somos tibios, suaves, como la miga del pan recién hecho, ah, me encantaría que estuviéramos solos, te diría que sí si no hubiera tanta gente, tantos jipis, no es vergüenza, me da miedo lo que pueda pasar, lo que pasó.


Debería ser ridículo que entre Ova Sabatini a separarnos, pero es normal, no hay por qué sorprenderse, entra brutalmente y te arranca de mí, te toma de la campera, nunca nos sacamos la ropa ¿te diste cuenta?, yo no me había dado cuenta hasta que lo vi al Ova estirar tu campera y elevarte, te hizo volar hasta el salón de la derecha, porque a nadie le dije aún que a la derecha del hall hay un salón sin muebles, un salón vacío con un ventanal, y a la izquierda un patio descubierto con una fuente en el medio, y alrededor hay galerías y puertas, muchas puertas. 


Te pega un tiro y veo volar tus dedos, te pega un tiro en la cabeza y veo tus dedos volar, es normal, inexplicable, pero normal, tus dedos están en el piso, al lado mío, son manchas rojas tus dedos, y el Ova me está apuntando, me dice que mire tus dedos, yo no tengo miedo, estoy hecha un bollo, pero no tengo miedo, ni bronca porque puedo hablar, le puedo hablar aunque me esté apuntando, y miro tus dedos desde la rendija de mi brazo y mi pecho, no los miro como el Ova quiere que los mire, él quiere que levante la cabeza y los mire, y tal vez llore, me conmueva, yo sé que estás muerto y no estoy triste, es normal, no puedo decir nada con respecto a tu muerte, puedo hablar de otras cosas, puedo decirle al Ova que me dispare si es lo que él quiere, me da un arma sin dejar de apuntarme, pero yo no voy a matarme, le digo que me mate él si es lo que él quiere.


Escucho un disparo, me estiro, el Ova está cansado, está sentado en el piso, con la espalda contra la pared, le disparo con el arma que él me dio, tiene la forma de una metralleta, pero es una engrampadora, le disparo en el estómago, en el pecho, y los ganchos lo hacen sangrar, pero no se inmuta, al rato se levanta y se va por la escalera de mármol.


Los jipis están ahí, todo es normal, recién ahora me doy cuenta de que que no sos el único muerto, el chico que habla con acento ruso también está muerto, me di cuenta en cuanto el Ova se fue, lo miré y estaba muerto, y el chico de la remera con el arcoíris también, me parecía tan desagradable al principio, pero ahora que  me acerqué para hablarle descubro que es hermoso, tiene los ojos color ámbar, y la suciedad de sus uñas me habían distraído en un principio de la perfección de sus manos.


Están muertos, él y ustedes, sí, me dice, me cuenta que él es de la plaza Concordia, no la conozco, pero está acá cerca, es raro que no la conozcas, me dice, ¿vos la conocés?, ya no podés hablar, estás muerto en el salón vacío, tu muerte se asoma al ventanal, me preocupa que cuando te encuentren estés con la pija afuera del pantalón, pero es inútil intentar disfrazar lo que pasó, hay tantas cosas que tendría que hacer para que nadie se dé cuenta, es todo tan evidente que no sufro, me hubiera gustado seguir haciéndome un bollo con vos, pero cuando nos dispararan igual nos habríamos separado, el bollo suave y tibio era una ilusión.


El chico de la remera con el dibujo del arcoíris habla pausado, van a venir, de un momento a otro van a llegar, me dice, leo el cartel escrito en tiza "Hoy, TODOS TUS MUERTOS" lo único que me preocupa es mi pelo, estoy tan despeinada, está húmedo, el chico de la remera con el dibujo del arcoíris me lo alisa, tiene manos de mujer, me dice que estoy bien, que soy hermosa, sus manos quedan manchadas con mi sangre, perdí la cabeza, una parte de mi cabeza, está junto a tus dedos, la estoy viendo. Y ya vienen.

Sunday, May 13, 2012

No podía evitar amar a ese hombre. Mientras él se afeitaba, ella, desde la bañera, y con la cortina corrida, se enjabonaba el cuerpo, aunque sin ningún gesto de erotismo. Se enjabonaba con violencia deseando que él la mirase. Yo estaba escondida en ese baño. Sentada en el piso, pasaba el tiempo observando los pelos de él, casi lacios, que flotaban como algas sobre la piel de sus piernas. En un momento, él giró la cabeza y con sus ojos me obligó a tener miedo y calma, como cuando un policía te pide el documento. Supe por qué la mujer estaba desesperada, él ya no podía amar. Primero fueron los pasos en las escaleras. Después, las voces, mi nombre en la boca de esos hombres. Él me preguntó ¿Qué querés que diga? Abrió la puerta, pero antes puso la traba del borde superior. No le creyeron, insistían en entrar. Mientras discutían,  me iba hundiendo en el hueco de la rejilla. Logré introducirme casi por completo, solo quedó afuera la parte de mi cabeza que va desde la frente hasta la cima. En algún momento lo habrán visto a los ojos y, aún sin creerle, dejaron de insistir. No obstante, antes de emprender la retirada, bombardearon el baño con rollos de papel higiénico. Algunos me alcanzaron, pero me contuve de gritar. Los pasos en las escaleras. El silencio. De tanto frotarse, la mujer de la bañera desapareció. Años después hicieron una película sobre el accidente. Hombres subiendo y bajando por escaleras sin baranda, así empieza. Llevan expedientes, papeles y una pierna, mi pierna, la que perdí en el accidente, aunque en realidad fue una mano. Afuera hay una pileta y el agua es del mismo color que el de los ojos del hombre que se afeita. Está nublado, a punto de llover, sin embargo, hace tanto calor que nadie atina a entrar. Sentada en el borde y con el pie en el agua, veo a través de la pantalla de un televisor blanco y negro a la mujer de la bañera . Habla con la voz de un hombre que fumó demasiado y cuando dice "por amor perdió una pierna" la imagen se vuelve verde. Lo que pasó nunca es lo que se cuenta, pero qué importa cuando lo que se cuenta es lo que puede pasar. Caminé por una calle oscura de adoquines. Un puente tapaba por completo la visión del cielo . De vez en cuando, aparecían sombras desde los costados y mendigos con sombreros de ala ancha. Del accidente solo recuedo el fuego y que perdí una mano. Pero como esto es una película, y en la película tengo mano, estoy escribiendo en rollos de papel higiénico esta historia de amor imposible.

Tuesday, April 24, 2012

La mujer del dueño

Me casé con Daniel a los veinte, y dieciocho años después decidí que ya era hora de tener un amante. 

Los cincuenta me pegaron tanto que estuve un año paralizada sin saber si mandar todo a la mierda, tapar la angustia con comida, hacer un viaje sola o insistirle a mi hija mayor para que se case y así organizarle la fiesta. 

Antes de empezar con el negocio editorial, Daniel trabajaba en un banco. No viajaba, venía temprano a casa y siempre estaba preocupado por cómo íbamos a hacer para llegar a fin de mes.

Matías, mi hijo del medio, tiene el nombre de Daniel y el mío tatuados en la pierna. Se hizo el tatuaje después de que los médicos lograran salvársela. Se lesionó jugando al fútbol y había que operarle la pierna. Iba a ser una pavada, pero todo se fue complicando y casi se la tienen que amputar. Él tenía diecisiete años y yo recién me enteraba de que estaba embarazada de Verónica, la menor.

Creo que a partir de ahí es que me volví tan sobreprotectora. Y como no quiero que a mis hijos les falte nada, también cuido mucho la plata. Ayer, una de las correctoras imprimió cosas personales y me lo negó. La hubiese cacheteado. Qué se piensa la tarada. Esa plata es mía, de Daniel, de mis hijos. Encima se vive equivocando, pone mal las fichas técnicas, me discute cuando le digo que el café no se tira, se recalienta. Los empleados rebeldes no sirven y Daniel parece estar sordo cuando le digo qué es lo que nos conviene.

Por eso me gustó de entrada el contador de la empresa. Siempre nos dio ideas brillantes para optimizar los costos. 

Estoy al frente del área de producción, me casé, tuve hijos, le sigo gustando a los hombres. El encargado de prensa me mira. Es atractivo, mucho más joven que yo. Si hago así, lo tengo en mi cama, pero no, se daría cuenta de que no tuve la misma suerte que mi hijo. A mí sí me amputaron. Con que lo sepan Daniel y Marcelo ya es suficiente. 

La mayor, Gimena, es mi hija preferida. Cuando era chica no podía ser más linda. Hasta ganó varios concursos de belleza. Está un poco ancha de caderas, pero sigue siendo bellísima. También es la preferida de Daniel. Es rídiculo que me ponga celosa, es mi hija.

Lo que más me gusta es el sexo oral. Tal vez para llevarle la contra a Daniel que se dedica a lo escrito. Cuando se la chupaba a Marcelo, sentía a Daniel que me decía "no tragues", "no tragues". Entonces yo me tragaba todo. Después me bañaba y llegaba limpia a casa, pero por dentro no.

Si él me engañó alguna vez, creo que sí, varias. Igualmente, nunca me pareció importante mientras quisiera a mis hijos, mantuviera la empresa y pasara tiempo con nosotros. 

Aprendí a vivir anestasiada. Así que no es extraño que no me produzca nada que hoy hayan echado al contador. Tampoco me produce nada que Daniel se haya enterado. Todo eso que quise, que echaran a Marcelo y que Daniel se enterara, no me produce nada. Ni siquiera me conmueve ver a Verónica en la puerta de casa con unas valijas casi tan grandes como su pequeño cuerpo. 

Cuándo, cómo, por qué. No lo sé. Pero a mí me amputaron algo.

Wednesday, April 18, 2012

El jinete sin caballo

A Vicente Luy, In Memoriam

Estuvimos conversando un buen rato, hasta que llegaron sus amigos y le dijeron que ya era tarde, que se tenían que ir. Me pareció más niño que viejo, más poeta que loco, pero también me pareció viejo y loco. Habló del accidente de avión en el que murieron sus padres cuando él tenía cinco meses, del sitio de apuestas online con el que se hubiese vuelto millonario si no lo hubieran estafado, en fin, de esos temas recurrentes que marcaron su vida y aparecen en muchas de las entrevistas que le hicieron y en casi todas las notas escritas tras su muerte. Si bien durante la conversación traté de no mirarle los dientes, cuando llegó a la parte del caballo, me quedé con los ojos fijos en su boca. Porque cuando murieron mis padres me tocó vivir un tiempo con unos primos que me golpeaban, me torturaban, me trataban mal. Y sin embargo, lo amaba. Al que más me torturaba, lo amaba. Tendrías que haberlo visto andar a caballo. El animal corría y mi primo, montado sobre el pelo del caballo, de golpe se ponía de pie. Entonces, corría más fuerte y mi primo seguía sin caerse. El caballo le tenía miedo. Yo también. No por las cosas que me hacía, me daba miedo ese desparpajo de vida, la vida furiosa que era mi primo. Tendrías que haberlo visto parado sobre el lomo del caballo, sin sujetarse de nada. Vicente, el único capaz de resistir la vida furiosa que es su poesía, corrió enloquecido hasta caer. Pero a ese jinete lúcido, poderoso, que iba parado sobre su lomo, ya nadie lo detiene.