5. La repetición
A los treinta, cuando los gemelos empezaron preescolar, me separé, y durante varios años salí con toda clase de mujeres, hasta que me aburrí, me deprimí y volví a casarme. El matrimonio reavivó mi interés hacia las mujeres y coleccionar amantes fue la actividad que más disfruté durante ese período. No es que no la quisiese a Marina, lo mío con ella fue amor a primera vista, en realidad, a segunda, la primera vez me pareció demasiado engreída y no le presté atención. Trabajaba en el bar al que yo iba siempre. Era hermosa y muy simpática; el problema es que era simpática no sólo conmigo, sino con todos, y eso, cuando comencé a salir con ella, me enfermaba de celos. Los celos es la sensación más insoportable que jamás haya sentido y creo que lo agravó el hecho de haberla experimentado de grande. Si estaba sobrio, se me retorcía el estómago, quería romperles la cabeza a todos y a ella me daba ganas de estrangularla; en cambio, si había tomado alcohol, sentía eso mismo, pero además me deprimía, vomitaba y terminaba tirado por ahí. Marina me llevaba a casa, me bañaba, me cuidaba, y yo no podía sentir otra cosa que odio en general, pero sobre todo hacia ella. Si sufrí tanto de celos, no fue porque Marina fuese sexy, sino porque fue ella la que empezó a interesarse por mí y con frecuencia yo pensaba que si se había interesado por mí, en realidad podía interesarse por cualquiera. Todo es un problema de autoestima, diría mi hermana. Cuando yo llegaba al bar, Marina se me acercaba, me preguntaba por el trabajo, qué libro estaba leyendo; un día me dijo si había oído hablar de un tal Houellebecq, tan renombrado ahora, pero que en esa época apenas era conocido en Argentina. No tenía idea de quién me estaba hablando, pero le dije que sí, porque tengo una natural inclinación hacia las mentiras, que no sólo no traen ningún beneficio, sino que además entorpecen las conversaciones. ¿No te parece un tipo inteligente, aunque un tanto misógino?, me dijo. Yo le respondí que la primera característica llevaba implícita la segunda, y me miró con cara de odio, pero se olvidó enseguida de mi comentario tan poco agradable y continuamos hablando de otra cosa. Yo no era descortés a propósito, ella me intimidaba, no solía pasarme que una chica hermosa se fijase en mí sin que yo hiciese nada para eso, además, cuando iba al bar, no tenía ganas de hablar de trabajo o de literatura, sólo quería estar con mis amigos y tomar alcohol para despejarme un poco de mis problemas. De cualquier modo, volví a caer en las garras del “estado civil: casado” dos meses después de acostarme con Marina, que en ese entonces, significaba para mí un regalo caído del cielo que no quería dejar pasar. Poco tiempo después empezó a trabajar conmigo haciendo traducciones. Ella, a diferencia de mí, que soy un improvisado, había estudiado el traductorado público. Igualmente, creo que mis traducciones son mejores: con ellas no quiero demostrar nada, en cambio Marina siempre necesitó mostrarse como una mujer culta e inteligente, típico de las chicas con buen culo. Ah, también, a diferencia de mí, le pagan las traducciones.
A los treinta, cuando los gemelos empezaron preescolar, me separé, y durante varios años salí con toda clase de mujeres, hasta que me aburrí, me deprimí y volví a casarme. El matrimonio reavivó mi interés hacia las mujeres y coleccionar amantes fue la actividad que más disfruté durante ese período. No es que no la quisiese a Marina, lo mío con ella fue amor a primera vista, en realidad, a segunda, la primera vez me pareció demasiado engreída y no le presté atención. Trabajaba en el bar al que yo iba siempre. Era hermosa y muy simpática; el problema es que era simpática no sólo conmigo, sino con todos, y eso, cuando comencé a salir con ella, me enfermaba de celos. Los celos es la sensación más insoportable que jamás haya sentido y creo que lo agravó el hecho de haberla experimentado de grande. Si estaba sobrio, se me retorcía el estómago, quería romperles la cabeza a todos y a ella me daba ganas de estrangularla; en cambio, si había tomado alcohol, sentía eso mismo, pero además me deprimía, vomitaba y terminaba tirado por ahí. Marina me llevaba a casa, me bañaba, me cuidaba, y yo no podía sentir otra cosa que odio en general, pero sobre todo hacia ella. Si sufrí tanto de celos, no fue porque Marina fuese sexy, sino porque fue ella la que empezó a interesarse por mí y con frecuencia yo pensaba que si se había interesado por mí, en realidad podía interesarse por cualquiera. Todo es un problema de autoestima, diría mi hermana. Cuando yo llegaba al bar, Marina se me acercaba, me preguntaba por el trabajo, qué libro estaba leyendo; un día me dijo si había oído hablar de un tal Houellebecq, tan renombrado ahora, pero que en esa época apenas era conocido en Argentina. No tenía idea de quién me estaba hablando, pero le dije que sí, porque tengo una natural inclinación hacia las mentiras, que no sólo no traen ningún beneficio, sino que además entorpecen las conversaciones. ¿No te parece un tipo inteligente, aunque un tanto misógino?, me dijo. Yo le respondí que la primera característica llevaba implícita la segunda, y me miró con cara de odio, pero se olvidó enseguida de mi comentario tan poco agradable y continuamos hablando de otra cosa. Yo no era descortés a propósito, ella me intimidaba, no solía pasarme que una chica hermosa se fijase en mí sin que yo hiciese nada para eso, además, cuando iba al bar, no tenía ganas de hablar de trabajo o de literatura, sólo quería estar con mis amigos y tomar alcohol para despejarme un poco de mis problemas. De cualquier modo, volví a caer en las garras del “estado civil: casado” dos meses después de acostarme con Marina, que en ese entonces, significaba para mí un regalo caído del cielo que no quería dejar pasar. Poco tiempo después empezó a trabajar conmigo haciendo traducciones. Ella, a diferencia de mí, que soy un improvisado, había estudiado el traductorado público. Igualmente, creo que mis traducciones son mejores: con ellas no quiero demostrar nada, en cambio Marina siempre necesitó mostrarse como una mujer culta e inteligente, típico de las chicas con buen culo. Ah, también, a diferencia de mí, le pagan las traducciones.
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