Thursday, November 29, 2007


Wednesday, November 28, 2007

me agota
mea culpa
mea todo
lo que agota
lo que culpa
lo que todo
mea
se agota
sea
lo que sea
se mea
todo
encima
se culpa

Monday, November 19, 2007

1.

lo que me duele
lo que me espera agazapado
en cada puerta
lo que se ríe
de mis gestos
mi fatiga
lo que me rompe
me retiene
me agota en cada intento de
alcanzar
alguna cosa
lo que me deja insomne
en el cuarto fastuoso
de insuperables muertos
mi tesoro
lo que me ata
lo que me hace recordar
cada día
sin sombras
lo que no puedo cambiar
este animal
mi lengua
lo que no me deja sola
y tiene forma de amorosa mano
ausente
lo que me obliga a escribir
no va a matarme

Thursday, April 05, 2007

Obturador de cosas terroríficas

Ayer llegué muy cansada a casa. Pensé, tirada en el sillón, que tengo miedo a muchas cosas, como, por ejemplo, tengo miedo a perder lo que tengo, a no alcanzar lo que quiero, a que a la noche me toque algún insecto y yo nunca me entere, a que me maten, a que me atropelle una bicicleta y todos se rían, a que los narcos utilicen alguno de los tres documentos de identidad que perdí a lo largo de mi vida y que un día me llamen y me digan que tengo que cumplir una condena de 50 años en una cárcel de Nueva Zelanda, a que no pare nunca de llover… miedo, sí, pero terror… lo que se dice terror… Justo cuando pensaba que hace años que no siento terror, una imagen, una sensación, no sé, algo, vino a mí y fue horrible. Lo más horrible es que no puedo recordar qué pasó, en qué pensé, qué fue lo que me dio terror. Me parece que tengo instalado un obturador de cosas terroríficas y eso no está bueno. Recuerdo que en el mismo instante en que me moría de terror, descubrí que sería maravilloso escribir acerca de eso… de eso que no puedo recordar.

Bonus track de sueños:

El otro día se me apareció Nicolás Rosa en un sueño. Estaba indignadísimo. Me dijo “mirá si serán jodidos que tuvieron que esperar a que me muera para hacer el tren bala Bs. As.-Rosario”. Todavía no lo hicieron Nicolás, le dije, pero él seguía refunfuñando solo, estaba de mal humor. Lo del tren bala era una excusa me parece.

Sin ánimo de amar


Así es como hace algún tiempo le recomendé la peli a mi psicólogo. Fallido mal.

Wednesday, March 28, 2007

Monos de luz


Geo


Luli


Shery


Monday, March 05, 2007










Friday, March 02, 2007

Hay una foto en la que estoy parada en la puerta del baño del departamento en el que viví hasta los cuatro. Hace mucho que no veo esa foto. Tal vez la vi una o dos veces. No tengo idea en dónde estará. Tengo dos colitas, el pelo muy largo y miro a la cámara sin hacer esos gestos horribles que hago ahora cuando me sacan una foto. Tengo un vestido azul, medias con puntillas, zapatos de charol y los ojos tristes. Tengo un recuerdo construido por la mezcla de muchos. Hasta hace poco me gustaba. Ahora me inquieta un poco. Papá a veces no venía a dormir a casa y yo me preocupaba. Mamá me decía que estaba trabajando, que papá tenía un trabajo muy importante y que me quedara tranquila, que iba a volver. A la mañana papá llegaba y mamá ya se había ido. Cuando él llegaba yo siempre estaba vestida como en la foto, siempre lo esperaba en el hall donde tenía el baúl de mis juguetes y siempre que él llegaba yo estaba hablando por mi teléfono amarillo y rojo de cosas importantes con amigos imaginarios. Siempre que llegaba me traía un paquete y yo lo abría sorprendida, aunque ya sabía qué había adentro. Eran medialunas, pero no eran medialunas comunes, eran medialunas miniatura y a mi... a mi me encantaban. Papá a veces no venía a dormir a casa, pero me traía medialunas miniatura.
Después me llevaba al jardín.

Wednesday, February 21, 2007

otras versiones de la plancha


Saturday, February 03, 2007

La plancha

Desde hace tres o cuatro años no hay veraneo en el que no piense “tengo que empezar algún deporte”. Las largas caminatas por la playa o la montaña me recuerdan mi lamentable estado físico. Este verano sólo hizo falta subir y bajar una barranca no muy pronunciada para repasar mentalmente los posibles deportes que podría llegar a hacer de vuelta en la ciudad. Primero descarté todos aquellos que implican pelotas voladoras (tenis, voley, ping pong, golf, handball, etc) porque mi cabeza tiene una asombrosa atracción hacia ellas (aunque leí que hay una zona del cerebro que se llama ínsula y cuando esa zona sufre un traumatismo, a la persona le cuesta muchísimo menos dejar de fumar, claro que la pelota tendría que golpearme justo en la ínsula y vaya uno a saber exactamente cómo hacer para que la pelota sea tan precisa y no afecte otra zona). Después descarté el surf porque en la ciudad es un poco complicado practicarlo. También descarté la natación porque me aburre casi tanto como ir al gimnasio. Correr dicen que hace mal para la celulitis a si que por las dudas lo taché de la lista. Además tengo la impresión de que la gente que corre se muere joven de un paro cardíaco. Tai chi, yoga, karate, tai kuondo, son demasiado orientales y el boxeo poco saludable para mi nariz.
Terminé de pensar todo esto mientras hacía la plancha en el río Paraná y se me ocurrió que si hacer la plancha fuese un deporte yo sería una excelente planchadora. También se me ocurrió que se le debe decir “plancha” irónicamente, porque uno sale del agua con la piel toda arrugadita.

Friday, January 19, 2007

Rosario o Dolores

Mamá dice que papá, uno de mis primeros veranos en la playa, me llevó al mar y vino una ola gigante que me revolcó lo suficiente como para que en el resto de las vacaciones me negase terminantemente a volver al agua. Yo no me acuerdo de eso. Sí recuerdo que un par de años después fui con mi hermanita de la mano hasta la orilla para mostrarle el mar de cerca y también recuerdo su cara de sorpresa cuando se dio cuenta de que el mar nos estaba llevando. Hay una foto de ese momento, a papá le encantaba sacarnos fotos, teníamos mallas iguales, con un dibujo de hello kitty, pero la mía era rosa y la de ella amarilla. Ese día debió ser el único que pudimos ir a la playa, el resto de las vacaciones llovió y llovió y una noche hubo una tormenta tan terrible que a la mañana siguiente no pudimos salir del hotel porque las puertas estaban tapadas por la arena. El mar estaba a unos pocos metros, desde el comedor lo veíamos y a mí me encantaba, me parecía muy inspirador, no sabía bien para qué, pero no importaba, era la época en que me interesaban las cosas por sí mismas sin pensar mucho en el para qué. Otro verano, cuando tenía siete u ocho me hice amiga de una nena que paraba en el mismo hotel y hace días que en vano intento recordar su nombre. Puede ser que se llamase Rosario o Dolores. Tenía el pelo muy corto. A mí me daba un poco de tristeza Rosario o Dolores, porque no estaba con su mamá ni su papá y tampoco tenía hermanos. Veraneaba con dos tías abuelas, su mamá estaba trabajando y a su papá nunca lo vio, me dijo. Me daba tristeza, pero sobre todo admiración porque era tan... grande. Nunca se portaba mal, comía toda la comida y después de comer, en vez de ir al salón de juegos, al mini-cine o a pelearse con los demás chicos para subirse a las hamacas, en vez de todo eso, leía. Se iba a la sala de lectura con sus tías abuelas y se hiperconcentraba en libros enormes de tapas duras. Ahí estaba papá también . Yo, sólo porque quería estar cerca de Rosario o Dolores, a veces me llevaba un libro de los que encontraba en la habitación, pero a la segunda página sentía que mi cabeza se iba ablandando y en cualquier momento el peinado se me iba a desarmar. No aguantaba... y qué bronca me daba, porque como no sabía qué hacer empezaba a hablar y papá me decía que por qué mejor no me iba a las hamacas. Mis papás la amaban a Rosario o Dolores, y yo también, pero mi hermanita no tanto porque la consideraba una persona aburrida que jamás se hubiese prendido a hacer la torre de caracoles que hicimos una noche sobre la mesa de ping pong y que cuando empezaron a salirse de sus casitas y se convirtieron en una gran masa babosa nos hizo morir de risa porque los demás se estaban muriendo de asco. A mí igual no me aburría Rosario o Dolores, era una maestra de cosas útiles y las cosas que me enseñaba, yo sentía que servían para que mamá y papá me quisiesen más. Por ejemplo, un día sirvieron una sopa con fideos y si había algo que odiaba eran los fideos flotando en caldo ¡pobres fideítos ahogados! Rosario, desde su mesa, me hizo señas, entonces, siguiendo sus indicaciones mímicas, aprendí que apoyando la cuchara podía tomar sólo el caldo. A los ahogados me los comí después sin problemas, porque no me daban impresión los ahogados, sino los ahogados que flotaban. Cuando terminé la sopa le pedí permiso a papá para levantarme de la mesa y me fui con Rosario a dar vueltas por el hotel. A cambio de enseñarme a tomar la sopa le mostré unos pasadizos por los que nos metíamos con mi hermanita para jugar a “Laberinto” y le dije (y pocas veces sentí tantas ganas de que alguien me diga que sí) si no quería que mis papás la adoptasen.

Creo que se llamaba Dolores.

Thursday, January 18, 2007

Euge Fotógrafa (Luli)


Tuesday, January 09, 2007

Miedo a la lavandina

Una vez me acuerdo que papá ganó un premio en el trabajo. Con la plata del premio, en vez de hacer la pileta, cambió el auto y mandó a construir una especie de mini casa (con tejas rojas y cerámicas españolas) en el fondo de la nuestra, a la que hizo llamar “la sala de herramientas”, aunque con el tiempo debió acostumbrarse a que todos nos refiriésemos a ella como “el galpón”. Nunca supe bien en qué consistía su trabajo. En la escuela, cuando tenía que escribir acerca de las profesión de papá, yo inventaba. Decía que era explorador, músico, dentista o jardinero. Y todo eso para no inventar realmente, para escribir, digamos, cosas que sí sabía de qué se trataban. No es que no intentase saber qué hacía papá, yo preguntaba, pero las respuestas eran muy vagas. Hacía algo con las computadoras, pero no hacía computadoras. Sabía de programación, pero no tenía nada que ver con la tele. Hasta ahí llegaba mi conocimiento. También sabía que se trataba de un trabajo que implicaba mucho “estrés” (palabra que aprendí de muy chica). A la noche se levantaba y se confundía todo. Eso me daba miedo, porque que me confundiese a mí con su secretaria y me gritase porque no había solucionado el problema con los “proveedores” (que me los figuraba algo así como mafiosos, mentirosos, gente mala contra la que papá tenía que luchar para salvar al mundo, al pequeño mundo que era el mundo de mi infancia), que me confundiese con su secretaria no era nada grave, lo grave era que así como se confundía eso, una noche, sin querer, en vez de servirse el whisky que mamá escondía junto a los productos de limpieza, también se podía confundir, y en vez de whisky, se podía servir lavandina. Yo no sabía que la lavandina podía matar, hasta que una tarde, cuando estaba preparando el bolso para ir a patín, mi abuela me dijo que si yo me iba, ella se iba a tomar un vaso de lavandina. ¡Qué feo abuela!, le dije, ¿por qué no tomás Coca-cola? Y ahí me contó que si uno toma lavandina se muere. No le gustaba estar sola, pero yo tenía que ir a patín, carecía de dotes naturales como para darme el lujo de faltar al entrenamiento, así que cuando el abuelo, que era el que me acompañaba al club, dijo "vamos", yo me colgué el bolso como si nada y no le conté lo que me había dicho la abuela. Al volver de patín imaginé la casa vacía. Todos estarían en el hospital, o, según la cantidad de lavandina que hubiese tomado la abuela, tal vez ya estarían en la funeraria. Imaginé las últimas palabras de la abuela, “yo se lo dije a Eugenita y ella se fue igual”, entonces papá, el abuelo, mi hermana y hasta mamá, que no soportaba ni un poco a la abuela, me iban a empezar a odiar por desalmada, fría, egoísta y prepotente (este último adjetivo le encantaba a mamá, lo decía todo el tiempo). No pasó nada de eso. Parece que la abuela me hizo caso: cuando volví y abrí la heladera, ya no había más Coca. Muerta de sed, debo confesar que pensé en tomar lavandina, pero me dio miedo.