Wednesday, December 16, 2009

Podemos pasar años hablando de las mismas cosas aburridas, ya conocidas hasta en su más mínimo detalle, pero de pronto, un día nada especial, un día cualquiera, mientras está cocinando, o cuando salimos de un café y ya casi nos estamos por despedir, me cuenta una historia asombrosa, asombrosa por lo insignificante, casi una historia de la nada, cosas suyas, pequeñas cosas de mamá que quisiera que nunca se pierdan, que exista siempre alguien que las recuerde. Pero cuando me siento a escribir, ya no puedo recordarlas. 

Aunque tengo la sospecha de que las termino escribiendo igual, creyendo que son  cosas de mi imaginación.

Sunday, December 13, 2009

Mañanas filosóficas

Todavía no va a despertarse. Antes… sí… siempre hace eso antes. Deja de respirar un par de segundos, y cuando parece que va a ahogarse, abre los ojos, pero todavía no ve nada. Lo miro, como ahora, de costado. Parece un gato bebé. Sus ojos están vacíos por un momento. Después empiezan a humedecerse y van volviéndose cada vez más oscuros. Apenas comienzan a llenarse de él, me dicen que me vaya. Pero yo hago como que nos los oigo. Es ese vacío, el de cuando todavía no ve nada, el que logra dejarme así, como queriendo entender por qué el amor.

Las bestias

Cuando llegué a casa vi la luz de la cocina prendida. Colgué el abrigo en el perchero y me acerqué despacio. Pensé que podía ser él, que había vuelto.

Me miró de reojo sin dejar de comer. Vi que le colgaba un pedazo de carne cuando intentó decirme algo con unos ruidos extraños. Supuse que estaba molesto. Seguramente porque lo estaba mirando. Después eructó, se limpió las manos llenas de grasa con la cortina y se fue a acostar al living.

Se quejó durante horas. Primero con pequeños aullidos, luego con gritos desesperados. Finalmente oí caer una lágrima. Una sola, pero tan pesada que hasta el piso del lugar en donde duermo, que está en la otra punta de la casa, tembló por su impacto.

Al otro día llegué más tarde a casa y él ya estaba quejándose. Esta vez no lloró. Cuando se cansó de gritar tiró el centro de mesa contra una pared. Así pasaron meses. Años. Cansada de tanto griterío, una noche decidí dejar abierta la puerta del lugar en donde duermo.

Sangré un poco por los vidrios de los vasos que tiró. Pudimos dormir bien. Nadie gritó esa noche. A la mañana ya se había ido y no pude parar de llorar. Nunca más.

Cuando me preguntan por qué lloro les digo que es porque me duele la cabeza. Y me creen, obvio.

Saturday, December 05, 2009

Quisiera ser tan buena como un árbol de la calle, estirar las raíces y romper las veredas, quedarme desnuda en pleno invierno y darle trabajo a los de la municipalidad.

Quisiera ser tan sabia como una abeja alterada, vivir de trabajar y bailar para la muerte, clavarle mi aguijón a un nene de tres años y que de joven aprenda a tocar el barro.

Quisiera ser tan linda como una bola de arena, estallar en la mano de un veraneante aburrido, volverme incontable para las olas que me llevan a algún lado porque no lo saben.

Sunday, November 08, 2009

1.

los domingos persigo el sol

entre aglomerados infernales

y miento en pos

de la virginidad sentimental


porque un sueño es más que

una promesa fluorescente,

un tobogán rojo

o un tornado


es llorar con los lobos

porque la luna engordó


2.

tengo sed cuando estoy triste

y cuando estoy feliz me cuesta

mucho más convivir con esta ausencia

de sentido práctico


mi familia tendría que saber

que me la paso cogiendo

para morirme, claro,

pero con más lentitud


y si me vuelvo loca

para siempre, no va a ser

por amor, dolor, ni nada de eso


va a ser porque me olvidé

de contar


3.

voy a sentarme en el balcón

a sumarle hojas en blanco

a mis pensamientos diurnos


numerología de la nada


no estoy perdida,

sólo estoy enamorada de un chico

que me borró del messenger

Thursday, July 16, 2009

el niño bombero

a las seis ya estaba en los pies

de la cama de su madre y esperaba

durante unos minutos terribles

para él

e inútiles

nunca encontraba el momento

justo para interrumpir

el sueño de su madre

de su madre

claro

esperaba

como quien espera

quien

espera

siempre la misma costumbre

de tejer las mismas palabras

para otra cosa

por falta

de otra cosa y por estupidez

ahora

también espera en la cama

de una madre como esperaba

entrar en las baldosas y el aire

latigoso

como cuando esperaba entrar

en ese espacio violento

cuando jugaba a la soga

imposible pero entraba

creyendo interrumpir algo

siempre cerraba los ojos

llamaba decía ya es hora

ya pasó en realidad la hora

de olvidar el incendio

Thursday, July 09, 2009

ESTA EXTRAÑA INFLUENZA

Como siempre, cuando las cosas le tocan el culo a la clase media, la noticia se vuelve escándalo, y lo que es peor, se empiezan a escuchar por todas partes comentarios que reaniman el deseo de que se acelere la muerte del Sol y se coma a la Tierra entera hoy mismo.

“El virus lo inventaron unos científicos locos y perversos.”

Qué importa quién lo inventó. Si hubiese nacido espontáneamente tendría el mismo efecto. El gran dios lucro, al que la ciencia, la economía, la política y los “ciudadanos de bien” rinden culto, desde cuya Catedral, el Imperio, señala con el dedo a quién hacer como si no existiera, a quien exterminar sistemáticamente, a quien vendarle los ojos con cositas lindas para comprar y a quien darle armas para defender su reinado, ese dios sin rostro al que no desenmascaran los videitos en youtube de yankis hablando de los macabros planes de algunos científicos, ese es el culpable, y no es que no exista porque no se vea, está vivito y coleando en la mente de la gente con poder y también en la de aquellos que le dan poder a semejantes hijos de puta.

“Sólo los negros “de mente” se mueren, porque no van al hospital, porque no saben que hay un número de teléfono al que llamás y te mandan a un médico gratis a tu casa. Sí, te lo doy, pero no se lo pases a nadie, a ver si se congestiona la línea.”

Negros de mente obviamente no es necesario explicar que es un término aberrante nacido de la ignorancia de la gente que piensa, por ejemplo, que Susana Gimenez es una tarada, excepto cuando se pone a hablar de la seguridad. Los negros de mente no existen, pero sí existen millones de pobres, que es cierto que tienen más posibilidades de morir, pero no por su “mente”, sino por vivir muy lejos de un hospital, por no tener plata para un colectivo, por no poder faltar a su trabajo en negro, por estar mal alimentados y que una gripe simplona los fulmine, etc. Lo del número del ministerio de salud, ese que anda circulando por internet, es mentira. Dicen que si llamás te mandan a un médico a tu casa, que es totalmente gratuito y está disponible las 24 hs, pero si te comunicás sos atendido por una máquina que te da instrucciones para prevenir el contagio, sólo eso.

“Lo podrían haber prevenido, pero lo dejaron pasar por las elecciones.”

También pueden curar y prevenir el Chagas o la tuberculosis que matan a miles de personas en nuestro país desde hace muchísimos años. Pero como eso implica implementar políticas complejas para gente que no tiene plata les chupa un huevo, y ojo, no solamente al Gobierno: “Chagas, qué me importa si no vivo en una casa de barro”, “Tuberculosis, ja, como si tuviera ocasión de estar hacinado/a durante horas con gente explotada y mal alimentada”. Claro, me olvidaba que miles de personas pobres no valen siquiera una docena de personas con seguro médico y banda ancha.

¿Por qué la gripe porcina causa tanta indignación?

Porque es otra cosa.

Porque llegó a los subtes, a los taxis, a la oficina.

Porque ser profesional no te inmuniza.

Tuesday, June 30, 2009

El cubículo de altura

El suelo es de vidrio y el espejo verde. Siempre hay una mujer que dice “sí, vi a alguien subir en otra oportunidad”, pero ella es la primera vez que está ahí y se siente segura de que uno la acompañe.

El cubículo de altura tiene una palanca color acero y consistencia blanda. La mujer no se atreve a tocarla, como si no la conociera. No hay forma de indicar hasta dónde se quiere ir. “Como mucho -uno piensa- voy a llegar hasta el último piso -el catorce- y luego, por la escalera, voy a hasta el piso x”. Pero el cubículo de altura despabila esa ingenuidad.

En el piso quince empieza la desesperación, en el treinta ya no se piensa en nada y en el treinta y nueve el descenso es inminente.

Para bajar, el cubículo de altura desvía su ruta. Se sienten golpes contra el suelo. Es que el cubículo de altura se abre paso a través de los departamentos donde había gente comiendo, durmiendo, cogiendo o pensando en la muerte. Sólo los zapatos de esas personas mantienen una forma parecida a la que tenían antes del impacto.

Es un espectáculo desagradable, no en el momento, sino cuando, ya a salvo, el ruido de ese viaje vuelve a la memoria y con su retorno se siente un electroshock en las costillas.

Hay un hombre que habla desde algún lugar. Dice que es una corriente leve, que no mata a nadie, aunque a algunos sí. Es verdad que es leve, pero también es constante, insoportable, no para nunca, y después de tres o cuatro años no queda otra alternativa que subir hasta el piso catorce, esta vez por la escalera, y recibir un sobre numerado entre el quince y el cuarenta. Adentro hay una llave. Uno debe probar a cuál de los departamentos del piso indicado corresponde y, ya en casa, todo se mezcla o se olvida.

Sunday, May 24, 2009

Camino a casa

Apenas si puedo pensar. Apenas si puedo hablar. Ellas compran la nafta del auto con el que ahora me llevan a mi casa, me pagan las vacaciones, me lavan la ropa, me regalan comida para toda la semana. Lo hacen porque me quieren. Y saben que aunque esto no me haga feliz, ayuda para algo. Sus nucas, perfectas, casi que hipnotizan. Son las dos hermosas. Silvia se altera. Sus compañeros deben odiarla. Y mamá sigue hablando. No se detiene. Habla con gente que no conozco. Hasta cuando me habla a mí y me llama incluso por mi nombre, no es a mí a quien habla. Si dejaran de cuidarme la vida de los tres funcionaría mejor. Mejor, quiero decir, más naturalmente. Pero no puedo decirles que paren. Tengo miedo a que por fin perdamos nuestras máscaras. Nos dejan pasar sin pagar el peaje. No preguntamos por qué. No preguntamos nada. Silvia se arranca los pelos, de a uno. Nadie se da cuenta de que está loca, lo hace muy lentamente. Si fuese por mí ya me habrían comido los piojos. En eso tienen razón. Y las quiero más cuando tienen razón. Las quiero tanto que hasta a veces se los digo. Un día, muy triste, les escribí una carta a cada una y las pasé por debajo de la puerta. Les escribí cosas horribles, de borracho. Me arrepentí enseguida, pero no tenía llaves para entrar y era muy tarde para tocar el timbre. Nunca me dijeron nada y cada vez que me traen a casa, que estamos los tres solos, tengo miedo de que saquen el tema. Ahora mamá se alegra de que haya abandonado a Laura. No es cierto, lo sabemos, pero preferimos creer que fue así. A Laura sí que no la quería. Si mamá supiera lo que decía, pero yo no puedo repetir esas cosas. No puedo pensar. Apenas si puedo responder gracias, gracias. Hace mucho tiempo que no veo un animal muerto en la autopista.

Tuesday, May 19, 2009

Excursión

Allá. No cambió el color de la casa. O quizás sí. Seguramente. El color original debió ser otro. Pero por aquel entonces la casa tenía ese color verde acuoso también. Estaba parado en el umbral y yo ahí, acá, debajo de un árbol flaco que había. ¿Qué hacía debajo del árbol? Miraba. Nada en especial. La casa, a Suárez, el cielo despejado. Era enorme. Enorme y pesado. Pensé en la posibilidad de que las maderas del piso se quebraran y Suárez se rompira una pierna. No es mucha la elevación, ya sé, pero pensé eso. La casa está igual y me sorprende. Tendría que haberse caído ya, ¿no? Suárez tenía algo rojo y zapatillas de básquet. Durante casi un mes no tuvimos noticias de él y cuando volvió, los demás decían que estaba muy distinto, que ya no iba a ser el mismo. Solemos hacer esas sentencias, como si supiéramos qué va a pasar más adelante. ¿Y adelante qué hay? Yo pensé que iba tener que describirte toda la casa y ya ves, no es necesario, todavía está ahí. Por suerte. No sé cómo hubiese hecho para describírtela. ¿Cuántas veces nombramos las partes de una casa? Las de afuera digo, porque las partes de adentro las nombramos todo el tiempo, es más, te las podría decir en varios idiomas, no porque maneje varios idiomas, pero quién no sabe eso. Es muy común. En cambio las fachadas, ya casi no las tenemos en cuenta. No sé el nombre de esa parte, ¿ves?, ahí. Ni esas cosas que cuelgan, esas de hierro. Y tampoco sé como se llama lo que sobresale a la izquierda, ahí arriba. Es más, te digo umbral, pero podría ser otra cosa. ¿Ves?, ahí estaba parado Suárez. Sí, vayamos más atrás. Entonces volvió y los otros casi no lo reconocieron. Para mí, la verdad, no había cambiado. Ya sé que estarás pensando que es porque soy como soy. De cualquier manera, te sigo contando. Estábamos todos afuera. Trabajábamos afuera desde hacía muchísimo tiempo por miedo a que se nos cayera encima la casa. Lo que hacía Suárez era llamar a los deudores. Prendía el celular recién cuando veía venir al jefe. Lo veíamos venir como media hora antes, así que cuando finalmente llegaba, Suárez ya había terminado su trabajo. No tenía una lista de deudores, sabía sus deudas de memoria y cuando los llamaba respondían siempre lo mismo: “Por ahora no”. El viaje, sí, es larguísimo. Yo casi siempre terminaba durmiendo ahí, me fatigaba mucho ir y venir todo el tiempo. Suárez, en cambio, era diferente. Tenía un cuerpo muy vigoroso como para quedarse postrado debajo de un árbol, como hacía yo, y además no le gustaba jugar con los otros al fútbol en la cancha improvisada que estaba allá, en donde está esa montaña de monitores. Era muy normal, entonces, verlo correr alrededor de la casa. El umbral, claro. El día que Suárez volvió al trabajo le mandó al jefe el certificado médico por mail, en donde se decía que Suárez padecía una rara enfermedad nerviosa y, sin previo aviso, golpeaba todo lo que tuviera a su alcance, especialmente a personas y perros, pero ahora, gracias a la medicación, se encontraba totalmente controlado y podía reiniciar sus actividades. Al otro día, cuando vimos venir al jefe, Suárez no se puso a ser los llamados, se quedó en el umbral. Yo también noté algo raro en la manera de caminar del jefe. Cuando llegó, se paró frente a Suárez, sin subir los escalones, y le dijo que se alegraba de volver a verlo. Luego subió, le extendió la mano y le dijo amablemente que le hiciera el favor de guardar el certificado en su legajo. Era, claramente, una provocación. Jamás presencié nada igual. Así que lo que siguió no fue ninguna sorpresa, cualquier cosa podía pasar ya. El miedo hizo que me perdiera algo. El jefe entró a la casa. Algo pasó que el jefe se animó a entrar a esa casa. Habrá creído que así, tal vez… la cuestión es que entró y cerró la puerta. Entonces Suárez la rompe con una sola mano, de un solo golpe creo, y saca al jefe por el agujero astillado, que ahora está tapado, no podés verlo, pero no era más grande que esto.




Sunday, May 17, 2009

Stand Up

Hechos
Con dos pesos con sesenta
me compro los lucky,
con diez la comida y con veinte
la tarjeta de la comunidad.

Poderosos insectos
Acecho
arriba,
en un rincón de la cama,
a la pulga que no quiere
subir, y espero
debajo
del ventilador de techo
al mosquito que los hombres
ya hubiesen querido
aplastar.

El espacio oral
Contable, frívolo
parloteo que vuelve
como un animal roto,
buscando el rincón
donde reventar.

Amor profundo
Quiero cortarle la pija a todos,
no tener que hablar más de pijas
y que se adornen el agujero con un gato
muerto
sabiamente.