Friday, April 28, 2006

casi-crash

Me dice, “ayer te vi en la parada del colectivo y casi choco”.
Frases como ésta son las que dan a pensar que si no es un piropo, es una flor de puteada. En este caso, teniendo en cuenta mi falta de despampanante presencia, creo que se trató de la segunda opción, que lejos de ofenderme, me hizo desfallecer de envidia: nunca aprendí a putear de manera tan sofisticada.

Thursday, April 27, 2006

When you're a stranger

Siempre me dicen que soy rara. Claro que yo no me considero rara porque para mí “raro” vendría a ser algo así como un ingeniero nuclear austríaco, miembro honorífico de la Asociación de la Lucha contra el Desorden. Eso sí que es raro. O los biólogos que se dedican a clasificar plantas y publican sus innovaciones clasificatorias en revistas especializadas de Alemania. Y ni hablar de los abstemios.

Yo simplemente muerdo las biromes, me da fobia que me toquen el cepillo de dientes, me robo los encendedores sin querer, pierdo el sentido (ya hablé de eso en otro post), me deprimo por insignificancias, soy bastante caprichosa, casi nunca sé lo que quiero... pero eso no es ser rara. Eso es ser insoportable nada más.

Wednesday, April 26, 2006

La apomorfina es a los yonquis, lo que Houellebecq a los adictos de TV.

Thursday, April 20, 2006

Carvermanía

Interesante artículo, encontrado por el desaparecido Dragón del Mar, acerca de El hombre que reescribía a Carver

y más de Carver hoy:

Miedo
Miedo de ver una patrulla policial detenerse frente a la casa.
Miedo de quedarme dormido durante la noche.
Miedo de no poder dormir.
Miedo de que el pasado regrese.
Miedo de que el presente tome vuelo.
Miedo del teléfono que suena en el silencio de la noche muerta.
Miedo a las tormentas eléctricas.
Miedo de la mujer de servicio que tiene una cicatriz en la mejilla.
Miedo a los perros aunque me digan que no muerden.
¡Miedo a la ansiedad!
Miedo a tener que identificar el cuerpo de un amigo muerto.
Miedo de quedarme sin dinero.
Miedo de tener mucho, aunque sea difícil de creer.
Miedo a los perfiles psicológicos.
Miedo a llegar tarde y de llegar antes que cualquiera.
Miedo a ver la escritura de mis hijos en la cubierta de un sobre.
Miedo a verlos morir antes que yo, y me sienta culpable.
Miedo a tener que vivir con mi madre durante su vejez, y la mía.
Miedo a la confusión.
Miedo a que este día termine con una nota triste.
Miedo a despertarme y ver que te has ido.
Miedo a no amar y miedo a no amar demasiado.
Miedo a que lo que ame sea letal para aquellos que amo.
Miedo a la muerte.
Miedo a vivir demasiado tiempo.
Miedo a la muerte.
Ya dije eso.

Monday, April 17, 2006

La intempestad

A veces pierdo el sentido de todo. Me puede pasar en cualquier momento: en el supermercado o en la parada del colectivo, mientras espero en la fotocopiadora de la facultad, en una fiesta o frente a la pantalla de la computadora. Lo peor es cuando me pasa en plena conversación con alguien, eso sí que es feo ¿Y de qué se trata esto de perder el sentido de todo? Quiero aclarar que no es una hipérbole: cuando digo “todo” realmente es todo, entonces suelo quedarme muda y con el corazón agitado. A veces el sentimiento es menos agudo o lo veo venir, así que, en el caso de estar en plena conversación con alguien, trato de contrarrestarlo con una catarata de palabras que en realidad no quisiera decir, porque en ese momento la puerta entre inconsciente y conciente pareciera brillar por su ausencia. Con el correr de los años esta parálisis mental me pasa cada vez más seguido. La primera vez fue a los 5. Era un sábado a la tarde. Terminé de comer, me fui a mi habitación y me senté en la cama. Era verano. Mi cama tenía unas sábanas de gatitos y estrellas. Miré las cortinas rojas con dibujos de Hansel y Gretel, miré mis zapatillas con abrojos, la cama de mi hermana enfrentada a la mía con sábanas azules y dibujos de Snoopy. Volví a mirar mis zapatillas; no me gustaban, nunca me gustaron las zapatillas con abrojos, pero ni siquiera pude odiarlas. No me pasa nada, pensé, nada, nada, nada. Salí al parque. Vi el nogal lleno de nueces y no tuve ganas de recolectarlas. Oí los ladridos histéricos del perro del vecino y no tuve ganas de chistarle para que se calle. Vi el ciruelo tratando de darle batalla a la muerte, porque, pobrecito, estaba muy debilitado, y le pregunté –para mis adentros, claro- por qué, por qué quería seguir viviendo si no pasaba nada, si todo era lo mismo. A los ocho volví a tener la misma sensación, pero en esa oportunidad era más sabia que a los cinco y que ahora (creo que los ocho fueron mi época de oro). Ahí el sentimiento de la nada perdió porque yo tenía un arma infalible: la plena conciencia de que siempre se construye sobre arena y si viene una ola gigante a arrasar con todo, se vuelve a construir, así es la vida. Bueno, después vinieron unos cuantos maremotos seguidos que me arrancaron el arma y me quedé sólo con un escudo para enfrentar al dragón Nada, un escudo raro, peludito, un pincel digamos, y por eso pinto.

Tuesday, April 11, 2006

Tres intempestivas de martes por la tarde

lo prefiero/me molesta/me encanta

*Tal vez porque estoy acostumbrada a saber los argumentos de los libros antes de leerlos es que no me molesta que me cuenten las películas, es más, podría decir que hasta lo prefiero, sobre todo cuando las cuenta Carolina, experta en inventar diálogos, intensificar escenas, describir personajes que en la pantalla, indefectiblemente, se ven más vulgares, menos de película. Así que la pasión entre Chris Wilton y Nola Rice no me pareció tan espectacular, pero igual Match point es una muy buena película.

*Y hablando de Woody Allen, me molestan bastante los intelectuales que menosprecian a Woody porque no es Bergman, como si para nombrar a filósofos y escritores de la alta cultura sólo debiera hacerse de manera críptica, con sutiles guiños sólo para entendidos, y todo para que estos últimos se sientan re inteligentes porque pueden ver lo que el resto no.

*Me encanta que haya una marca de papel higiénico que se llame Elite.

Wednesday, April 05, 2006

La dulce vida

Sonríe.
Tu segundo de fama, aquí.

Tuesday, April 04, 2006

Abril, 1988.

Cuando cumplí 8 tenía una bicicleta rosa, a la que casi un año antes mi papá le había sacado las rueditas, y se la presté a todas mis compañeras invitadas al ágape en el parque de mi casa, menos a Gabriela. Ella me decía, dale Euge, ¿después de Gimena, puedo subirme yo?, ¿después de Marina, puedo subirme yo?, ¿después de Magdalena, puedo subirme yo?, ¿después de Josefina, puedo subirme yo? Y yo le respondía no, no, no, y es el día de hoy que no entiendo por qué tomé esa decisión totalmente arbitraria, porque Gabriela, a diferencia de Mara que me robaba los lápices y les ponía su nombre para que yo no pueda reclamarlos, o Josefina, que comandaba un escuadrón de niñas golpeadoras que más de una vez me agarraron desprevenida en colegio cuando no había ninguna autoridad mirando, o Verónica, que era extremadamente linda y yo moría de envidia, o Aranzazu que había creado una logia a la que no me dejaron entrar por no haber pasado la prueba de ingreso, o Cecilia, que se metió adentro de la caja donde iba guardando todos los regalos y los más frágiles terminaron en la basura, o María Laura, que me perdió los zapatitos de la barbie cristal y ni siquiera me pidió disculpas, a diferencia de todas ellas, Gabriela no me había dado ninguna razón, nunca, para que yo no le prestase mi bicicleta.
Qué mierda es una a veces.
Lo peor, es que después de 18 años, siento que no me encuentro totalmente exenta de cometer ese tipo de injusticias.