Tuesday, June 30, 2009

El cubículo de altura

El suelo es de vidrio y el espejo verde. Siempre hay una mujer que dice “sí, vi a alguien subir en otra oportunidad”, pero ella es la primera vez que está ahí y se siente segura de que uno la acompañe.

El cubículo de altura tiene una palanca color acero y consistencia blanda. La mujer no se atreve a tocarla, como si no la conociera. No hay forma de indicar hasta dónde se quiere ir. “Como mucho -uno piensa- voy a llegar hasta el último piso -el catorce- y luego, por la escalera, voy a hasta el piso x”. Pero el cubículo de altura despabila esa ingenuidad.

En el piso quince empieza la desesperación, en el treinta ya no se piensa en nada y en el treinta y nueve el descenso es inminente.

Para bajar, el cubículo de altura desvía su ruta. Se sienten golpes contra el suelo. Es que el cubículo de altura se abre paso a través de los departamentos donde había gente comiendo, durmiendo, cogiendo o pensando en la muerte. Sólo los zapatos de esas personas mantienen una forma parecida a la que tenían antes del impacto.

Es un espectáculo desagradable, no en el momento, sino cuando, ya a salvo, el ruido de ese viaje vuelve a la memoria y con su retorno se siente un electroshock en las costillas.

Hay un hombre que habla desde algún lugar. Dice que es una corriente leve, que no mata a nadie, aunque a algunos sí. Es verdad que es leve, pero también es constante, insoportable, no para nunca, y después de tres o cuatro años no queda otra alternativa que subir hasta el piso catorce, esta vez por la escalera, y recibir un sobre numerado entre el quince y el cuarenta. Adentro hay una llave. Uno debe probar a cuál de los departamentos del piso indicado corresponde y, ya en casa, todo se mezcla o se olvida.