Tuesday, April 24, 2012

La mujer del dueño

Me casé con Daniel a los veinte, y dieciocho años después decidí que ya era hora de tener un amante. 

Los cincuenta me pegaron tanto que estuve un año paralizada sin saber si mandar todo a la mierda, tapar la angustia con comida, hacer un viaje sola o insistirle a mi hija mayor para que se case y así organizarle la fiesta. 

Antes de empezar con el negocio editorial, Daniel trabajaba en un banco. No viajaba, venía temprano a casa y siempre estaba preocupado por cómo íbamos a hacer para llegar a fin de mes.

Matías, mi hijo del medio, tiene el nombre de Daniel y el mío tatuados en la pierna. Se hizo el tatuaje después de que los médicos lograran salvársela. Se lesionó jugando al fútbol y había que operarle la pierna. Iba a ser una pavada, pero todo se fue complicando y casi se la tienen que amputar. Él tenía diecisiete años y yo recién me enteraba de que estaba embarazada de Verónica, la menor.

Creo que a partir de ahí es que me volví tan sobreprotectora. Y como no quiero que a mis hijos les falte nada, también cuido mucho la plata. Ayer, una de las correctoras imprimió cosas personales y me lo negó. La hubiese cacheteado. Qué se piensa la tarada. Esa plata es mía, de Daniel, de mis hijos. Encima se vive equivocando, pone mal las fichas técnicas, me discute cuando le digo que el café no se tira, se recalienta. Los empleados rebeldes no sirven y Daniel parece estar sordo cuando le digo qué es lo que nos conviene.

Por eso me gustó de entrada el contador de la empresa. Siempre nos dio ideas brillantes para optimizar los costos. 

Estoy al frente del área de producción, me casé, tuve hijos, le sigo gustando a los hombres. El encargado de prensa me mira. Es atractivo, mucho más joven que yo. Si hago así, lo tengo en mi cama, pero no, se daría cuenta de que no tuve la misma suerte que mi hijo. A mí sí me amputaron. Con que lo sepan Daniel y Marcelo ya es suficiente. 

La mayor, Gimena, es mi hija preferida. Cuando era chica no podía ser más linda. Hasta ganó varios concursos de belleza. Está un poco ancha de caderas, pero sigue siendo bellísima. También es la preferida de Daniel. Es rídiculo que me ponga celosa, es mi hija.

Lo que más me gusta es el sexo oral. Tal vez para llevarle la contra a Daniel que se dedica a lo escrito. Cuando se la chupaba a Marcelo, sentía a Daniel que me decía "no tragues", "no tragues". Entonces yo me tragaba todo. Después me bañaba y llegaba limpia a casa, pero por dentro no.

Si él me engañó alguna vez, creo que sí, varias. Igualmente, nunca me pareció importante mientras quisiera a mis hijos, mantuviera la empresa y pasara tiempo con nosotros. 

Aprendí a vivir anestasiada. Así que no es extraño que no me produzca nada que hoy hayan echado al contador. Tampoco me produce nada que Daniel se haya enterado. Todo eso que quise, que echaran a Marcelo y que Daniel se enterara, no me produce nada. Ni siquiera me conmueve ver a Verónica en la puerta de casa con unas valijas casi tan grandes como su pequeño cuerpo. 

Cuándo, cómo, por qué. No lo sé. Pero a mí me amputaron algo.

Wednesday, April 18, 2012

El jinete sin caballo

A Vicente Luy, In Memoriam

Estuvimos conversando un buen rato, hasta que llegaron sus amigos y le dijeron que ya era tarde, que se tenían que ir. Me pareció más niño que viejo, más poeta que loco, pero también me pareció viejo y loco. Habló del accidente de avión en el que murieron sus padres cuando él tenía cinco meses, del sitio de apuestas online con el que se hubiese vuelto millonario si no lo hubieran estafado, en fin, de esos temas recurrentes que marcaron su vida y aparecen en muchas de las entrevistas que le hicieron y en casi todas las notas escritas tras su muerte. Si bien durante la conversación traté de no mirarle los dientes, cuando llegó a la parte del caballo, me quedé con los ojos fijos en su boca. Porque cuando murieron mis padres me tocó vivir un tiempo con unos primos que me golpeaban, me torturaban, me trataban mal. Y sin embargo, lo amaba. Al que más me torturaba, lo amaba. Tendrías que haberlo visto andar a caballo. El animal corría y mi primo, montado sobre el pelo del caballo, de golpe se ponía de pie. Entonces, corría más fuerte y mi primo seguía sin caerse. El caballo le tenía miedo. Yo también. No por las cosas que me hacía, me daba miedo ese desparpajo de vida, la vida furiosa que era mi primo. Tendrías que haberlo visto parado sobre el lomo del caballo, sin sujetarse de nada. Vicente, el único capaz de resistir la vida furiosa que es su poesía, corrió enloquecido hasta caer. Pero a ese jinete lúcido, poderoso, que iba parado sobre su lomo, ya nadie lo detiene.