Tuesday, November 16, 2004

Consideraciones intempestivas de mi amiga Yvonne


“Si pudieras verte con mis ojos…”

Hay tantas formas raras de amar como peinados nuevos. Una vez leí la dedicatoria de un libro que le regalaron a un escritor muy sofisticado y melancólico (no sé bien por qué, pero es bastante común que sofisticación y melancolía vayan de la mano). La dedicatoria decía: “Si pudieras verte con mis ojos… L.” L es una ex novia de este escritor, que según me han dicho, estuvo muy enamorada de él. Retomando el tema de la dedicatoria, yo creo que si fuese posible para el sofisticado escritor, al que paso a llamar E, verse con los ojos de L (los ojos con que L veía en ese momento), sumaría a su estado melancólico una importante cuota de vanidad, que a E no le disgustaría en absoluto, ya que para ambas cosas sólo basta un espejo, su objeto preferido por cierto. Pero eso no es lo raro del caso. Lo que llamó mi atención fue el libro elegido como ofrenda de amor. No recuerdo su nombre, pero sí su contratapa. Era el poemario de una chica que se había suicidado. Si en la contratapa no se contase el fin trágico de la poetisa, igualmente al leer los poemas, el lector puede adivinarlo. Todos ellos reflejan el vacío y la aridez de un espíritu rendido. Ahora bien, si unimos la dedicatoria con el contenido del libro la pregunta es: ¿Veía L la melancolía de E? Porque yo creo que nunca se me ocurriría regalarle un libro de poemas escritos por una suicida a un chico melancólico que siempre piensa en la muerte, a excepción de que lo odie o lo sienta una fuerte competencia. Pero este no fue el caso: L no es escritora y mucho menos lo odiaba al momento de regalarle el libro. Entonces volví a leer los poemas y encontré una clave (aunque bastante retorcida para creer realmente que sea una clave): los poemas son tan malos, que al leerlos, E pudo haber pensado que de seguir en ese estado terminaría escribiendo tan mal como la pobre suicida. O (tal vez sea lo más acertado) el estado de melancolía es tan natural en él que hasta es obvio que le regalen un libro así, como cuando a un fumador le regalan un cenicero. De cualquier manera, nada de esto se acerca a responder a la pregunta ¿Veía L la melancolía de E? Y al pensar en eso viene a mí otra pregunta que nunca pude responder con la cabeza y que muy probablemente no tiene nada que ver con todo esto, pero soy lo que soy y suelo hacer este tipo de digresiones: ¿Qué es el amor? Acá señores me meto en un terreno tedioso y contradictorio. Es raro, porque quienes tratan el tema del amor son los filósofos, que nada podrían hacer sin la lengua, pero a la hora de explicar el amor que experimentamos, lo primero que perdemos son las palabras. Así que por tediosa e imposible de responder para una chica de pocas palabras, dejo de lado esta pregunta y responderé la primera: ¿Veía L la melancolía de E? Definitivamente sí. L veía en E a un “caballero de la resignación infinita”[1]: las cosas son como son, sos melancólico, te amo así y así me gusta que seas (Creo que es importante aclarar que L al igual que Regina, la novia del melancólico Kierkegaard, se casó con otro hombre). Yo, en cambio, vi en E a un perfecto co-protagonista de una comedia de enredos: sos melancólico, te amo así, por eso no me gusta que así seas y haré cosas enredadas para que te des cuenta. Yo estuve enamorada de E. No salimos mucho tiempo porque, como buen melancólico, “miente y se equivoca cada vez que abre la boca (…) y así todo lo va a perder”[2]. Para su cumpleaños le regalé La comedia de las equivocaciones y en la dedicatoria le puse: “Si pudieras verte con mis ojos… serías yo. Qué divertido, ¿no?”. Inmediatamente me echó de la fiesta. Creo que a Shakespeare ya lo leyó y no se encuentra dentro de sus preferidos. Es demasiado bufón para su gusto sofisticado, y eso tendría que haberlo sabido. Lástima. Había buen vino en el cumpleaños.

Yvonne Orozco.

[1] Para más información acerca del Caballero de la resignación infinita, leer “Temor y temblor”, Sören Kierkegaard.

[2] “Salir de la melancolía”, Serú Girán.

Friday, November 12, 2004

Intervención de Yvonne Orozco en mi blog: Escenas de la vida cotidiana (1ra. entrega)

Yendo de la cama al living

Mamut: ¡Muriagna! ¿Qué hacés? ¡Andá a tu habitación!
Muriagna: No Mamut, voy a dormir en el living. No me importa lo que digas. Yo a la habitación no vuelvo más.
Mamut: ¡¡¡¿Qué?!!! ¡¡¡¿Nunca más?!!!! ¡¡¡Estás loca nena!!! ¿cómo vas a dormir en el living? ¡¡¡Esto es una locura!!! ¡¡¡Yo no lo puedo creer!!! Muriagna, ¿Vos te drogás? ¡¡¡Cómo puede ser qué hagas estas cosas!!! ¿Te das cuenta de que no tiene sentido?
Muriagna: Sí que tiene sentido.
Mamut: En una casa de tres habitaciones, en donde viven tres personas, a vos se te ocurre dormir en el living ¿De qué sentido me estás hablando?
Muriagna: Yo no vuelvo a la habitación.
Mamut: Sos una gitana Muriagna. Yo no te eduqué para que hagas estas cosas incivilizadas.
Muriagna: Los gitanos son una civilización.
Mamut: ¿Por qué no volvés a tu cuarto? Si no te gusta, la pintamos. Aunque primero tendrías que ordenar un poco, porque sino no podemos hacer nada.
Muriagna: No es un problema de pintura.
Mamut: ¿Entonces me podés explicar qué es lo que tiene tu habitación?
Muriagna: Fantasmas.
Mamut: ¡¡¡Ay, no lo puedo creer!!! Muriagna, estás loca. ¿Cómo me vas a decir que hay fantasmas?
Muriagna: Si los hay es porque los hay. Yo no tengo la culpa.
Mamut: Basta Muriagna. Dejá de decir estupideces.
Muriagna: La verdad es estúpida a veces, qué le voy a hacer.
Mamut: Bueno, hablales, no sé, hacete amiga, pero andá a tu habitación en este mismo momento.
Muriagna: Ya te dije que no voy a ir a mi habitación, me hacen mal, me lastiman.
Mamut: A vos no te alcanza un psicólogo, vos necesitás un psiquiatra ya.
Muriagna: Me preguntás si me drogo, y ahora me querés drogar vos.
Mamut: Basta Muriagna. Estás mal.
Muriagna: No.
Mamut: ¿Y por qué yo no veo fantasmas?
Muriagna: Porque no sos hipersensible como yo.
Mamut: No hay caso, estás loca. ¿qué voy a hacer con vos?
Muriagna: Dejarme dormir en el living.
Mamut: No, te voy a internar.
Muriagna: Te va a salir caro, te conviene prestarme el living.
Mamut: hoy dormí acá, ya me cansé de discutir con vos. Pero mañana vamos a hablar. Esto no se queda acá.
Muriagna: No, no apagues la luz que voy a leer.

[Mamut apaga la luz igual]

Muriagna: ¡No me dejes en la oscuridad!
Mamut: sale cara la luz Muriagna.
Muriagna: ah, vos podés usar el secador y la planchita para el pelo y yo no puedo usar una lamparita para leer.
Mamut: las lamparitas son las que más gastan (da media vuelta y se va de escena).
Fin.

Nota: Muriagna y Mamut son nombres inventados para preservar mi estadía en este mundo, puesto que si estas personas se llegan a enterar de que transcribo sus diálogos no dudarán en matarme de la manera más cruel. Yvonne Orozco.

Tuesday, June 08, 2004

Los días felices


Los días felices.

El sábado a las ocho y media de la noche Winnie dormía mientras la sala Casacuberta se iba llenando.

Ya acomodados todos los espectadores, pensé “qué hostil es el frío de Buenos Aires con el sueño de Winnie”. Es que la gente tose y come muchos caramelos (probablemente de miel) en esta época del año.

Ella seguía durmiendo. De vez en cuando movía suavemente una mano (¿qué estaría soñando?). Hasta que sonó el despertador y abrió esos ojos tan grandes, tan lindos, maquillados de celeste.

Luego comenzó a decir “todo lo que se puede decir”, y a hacer “todo lo que se puede hacer” a través de la actriz Marilú Marini, quien trabajó de manera extraordinaria las asperezas del silencio, la búsqueda de alguna respuesta (o algún consuelo) en los objetos, en los recuerdos, y el deber de no caerse, de seguir, de repetir hasta agotar las palabras y llegar a la instancia dramática de preguntarse por ejemplo “¿qué es un chancho?”.

La voz cruda e incansable de Samuel Beckett y el trabajo de perfecta coordinación e innumerables matices realizado por Marilú Marini nos conducen al desierto para mostrar de manera contundente lo vivo del lenguaje y es inevitable enamorarse de esos brazos, de esos ojos, de esa mujer que no se abandona ni un solo instante, que siempre tendrá algo que hacer o que decir a pesar de la devastación del mundo en el que despierta todos los días.

Sí, puedo afirmar que al recordar a la Winnie interpretada por Marilú Marini no dejo de pensar en las sutilezas de la palabra feliz y siento que no fueron suficientes los aplausos del sábado.

Todavía la aplaudo.