No pasé una buena noche. Primero soñé que debía abandonar mi monoambiente porque unas ranas gigantes lo habían invadido y lo único que tenía a mi alcance para combatirlas era un Raid del año 98 que no les hacía nada, no sé si por la antigüedad del Raid o porque las ranas son inmunes a los cucarachicidas. Después de ese sueño me levanté para tomar agua y cuando estaba por abrir la heladera recordé que sólo había medio limón y una tira de aspirinas, que ya sé que no se guardan en la heladera, pero me dio pena que el medio limón esté tan solo. Así que abrí la canilla y llené un vaso con agua que, a los pocos segundos, pude comprobar que se encontraba casi en estado de ebullición. Me volví a acostar y cuando estaba a punto de conciliar el sueño nuevamente, sentí que alguien me golpeaba el estómago con su codo. No le di importancia, a veces pasa que las personas golpean a otras personas sin darse cuenta, pero después del tercer golpe ya me preocupé, sobre todo porque tenía el estómago bastante sensibilizado por el agua caliente que acababa de tomar. Era un fantasmita (claro, quien más podía estar durmiendo al lado mío esa noche). Era muy delgado, casi invisible, pero lo suficientemente fuerte como para no dejarme dormir. Al principio traté de evitar hablar con él, si lo hacía cristalizaba su existencia. Preferí, entonces, hacer uso de la ignorancia social, tan necesaria para una vida saludable en la ciudad, que consiste, como todos sabemos, en hacer de cuenta que el otro no maneja códigos lingüísticos y por lo tanto uno debe comunicarse a través de sistemas menos abstractos. Así fue que le tomé el codo y lo corrí de mi estómago, pero no hubo caso, el fantasmita volvió a golpearme y no me quedó otra alternativa que decirle amablemente que dejara de hacerlo. Tal vez hablara en otro idioma, hasta es probable que en sus códigos culturales golpear en el estómago a alguien signifique una forma de seducción, no sé, nunca podré averiguar eso. Entonces le grité que deje de golpearme. Pensé que por más que no entendiese mis palabras, el tono tal vez le indicase que me molestaba mucho eso que estaba haciendo, pero pensé mal, tampoco resultó. Quise levantarme de la cama, pero lo único que podía mover era la boca, los párpados y apenas la cabeza para el costado. Si cerraba los ojos, el fantasmita dejaba de golpearme, pero entonces aparecían unos perros amenazantes que chorreaban baba y me ladraban en los oídos. Justo cuando estaba por volver a creer en dios para pedirle que me salve de esta horrible situación, me llamó Vladimir.
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