Tuesday, June 14, 2005

Una lectura del Común Olvido


El olvido revelado en El común olvido de Sylvia Molloy

Yosef Hayim Yerushalmi en un coloquio realizado en 1982 en París, titulado “Usos del olvido”, reflexiona acerca del lugar donde se debería trazar la frontera de la memoria y el olvido en la disciplina histórica.

En principio, señala que cuando se dice que “un pueblo recuerda”, en realidad se dice primero que un pasado fue activamente transmitido a las generaciones contemporáneas a través de los receptáculos y canales de la memoria y después ese pasado se recibió cargado de un sentido propio. Inversamente, cuando un “pueblo olvida” la generación poseedora del pasado no la transmite a la siguiente, o bien un pueblo decide rechazarlo o cesar de transmitirlo.

Esta ruptura en la transmisión puede producirse bruscamente o al término de un proceso de erosión que ha abarcado varias generaciones. Toma como paradigma de estas reflexiones el análisis de la tradición hebrea. ¿Pero que se entiende por la metáfora de “la memoria de un pueblo”? Yerushalmi señala que es el movimiento dual de recepción y transmisión dirigida hacia el futuro. Asimismo, agrega:

Lo único que la memoria retiene es aquella historia que pueda integrarse en el sistema de valores de la halakhah (ley). El resto es ignorado, “olvidado”.
[1]

La halakhah, o ley, no debe entenderse en su acepción jurídica, sino etimológica: halakhah como “marcha” o “camino por el que se marcha”.

Centrándose en lo concerniente a la especificidad de la práctica histórica Yerushalmi señala que en el siglo XIX la historia se convierte en una disciplina independiente, de rápidos progresos y que ambiciona restaurar todo el pasado, motivada por la creciente aspiración a la objetividad científica. Es entonces cuando Nietzsche advierte el peligro de una hipertrofia de la memoria histórica que va en contra de la vida.
Con respecto a esta cuestión, Yerushalmi señala que no es la búsqueda histórica el problema, en la medida en que la frontera entre el recuerdo y el olvido no puede encontrarse dentro de la disciplina de la historia (no hay a priori hechos que no sean dignos de ser historiados) sino la falta de halakhah, falta de camino por donde marchar, entendiendo a la misma como el conjunto de ritos y creencias que dan al pueblo el sentido de su identidad. La crisis de la historia es sólo el reflejo de la crisis espiritual y cultural que esta falta provoca.

A modo de conclusión afirma que faltos de una halakhah no puede trazarse una división entre lo excesivo y lo escaso de la investigación histórica. Al mismo tiempo, se posiciona, desde una elección moral, del lado de lo excesivo, por miedo al olvido. De este modo quienes establezcan un día una nueva halakhah podrán pasar la historia por el tamiz y recuperar lo que buscan.

Quisiera trasladar estas reflexiones al trabajo de memoria que lleva a cabo Daniel, el protagonista de “El común olvido” para analizar de qué manera a través de la construcción de nuevas subjetividades se hace posible delinear este “camino por el que se marcha” y que permitiría delinear la frontera entre lo que debe recordarse y lo que debe olvidarse.

Traductor y coleccionista:

Cuenta Daniel que muy de joven descubrió que le costaba concentrarse y a pesar de que le encantaba leer, rara vez podía atender a lo que leía más allá de las primeras tres o cuatro páginas. Dice:

Cuando en un seminario de literatura francesa quedó claro que yo no había leído un texto con suficiente cuidado (...), el profesor me dijo, como al descuido, ¿por qué no lo traduce a medida que lo lee? Creo que no entendía el término literalmente, creo que más bien me estaba indicando que al leer el texto tratar de traducirlo mentalmente para domesticarlos, pero yo tomé el consejo al pie de la letra y lo traduje de veras. Fueron algunas de las semanas más felices de mi vida. Descubrí que por fin podía prestar atención al texto de otro, porque lo estaba rescribiendo, haciéndolo mío. [2]

Esta forma de apropiación de los textos puede verse también en la apropiación que hace de los discursos de los otros: deja que los testimoniantes hablen de lo que ellos quieren, para luego apropiarse de esos discursos como si fueran textos que debe traducir y descifrar. Este trabajo es el opuesto a un trabajo de investigación que podría realizar un historiador: nunca hace preguntas concretas que desencadenen un relato que lo ayude a recuperar información del pasado de su madre y que de alguna manera aclare cuestiones de su propia identidad. Es más, frente a personas que podrían revelarle cosas importantes con respecto a estas cuestiones (Específicamente Beatriz y Charlotte) el siente desconfianza y deseos de escapar. Sólo a Ana intenta conducirla, pero ella encarna el discurso más fragmentado de todos debido a su enfermedad:

Le menciono como siempre el nombre de mi madre, como al pasar, desprovisto de referentes precisos y siempre en el presente -me ha dicho Julia que mañana va a haber tormenta-, para ver si logro hacerla recordar, hacer que una de las hebras sueltas de su memoria por un momento se enrosque al nombre y desencadene un relato. [3]

Por otra parte, no utiliza los documentos que también podrían revelarle acontecimientos significativos. Apenas hojea el diario de su madre y las cartas de su padre dirigidas a ella. Finalmente deshecha esos testimonios de papel, para seguir buscando por el camino más débil e indefinido de la oralidad.

¿Pero a qué se debe toda esta deconstrucción histórica? ¿Qué motiva a Daniel llevar a cabo esta re-colección de discursos fragmentados?

En principio, quisiera destacar el sentido anticuario de Daniel. Nietzsche señala al respecto:

El sentido anticuario de un individuo, de una comunidad, de todo un pueblo, tiene siempre un campo de visión muy limitado, no percibe la mayor parte de los fenómenos, y los pocos que percibe los ve demasiado cerca y de forma muy aislada. No puede evaluar los objetos y, en consecuencia, considera todo igualmente importante y, por eso da demasiada importancia a las cosas singulares.[4]

Más adelante agrega:

Cuando la historia sirve al pasado hasta el punto de debilitar la vida presente y, especialmente, la vida superior, cuando el sentido histórico ya no conserva la vida sino que la momifica, entonces el árbol muere de modo natural, disecándose gradualmente desde la cúpula hasta las raíces. La historia anticuaria degenera en el momento mismo en que ya no está animada e inspirada por la fresca vida del presente.[5]

Si bien Daniel viene a Buenos Aires a buscar algo perdido que no puede especificar qué es exactamente, al mismo tiempo se le hace muy difícil renunciar a su posición de traductor y coleccionista que debilita su vida presente:

Te voy a decir algo y no quiero que te enojes me dice Simón y noto ansiedad en su voz, yo no puedo seguir participando a distancia en esta búsqueda que para ti se ha vuelto rutinaria, familiar, y que a mí, de lejos, me parece maniática, abrumadora. ¿Te das cuenta de que no me hablas de otra cosa, que nuestras conversaciones giran en torno a lo que te dijo alguien de alguien, que estás en perpetuo chismorreo que tomas por una pesquisa, que no te fijas en otra cosa, no me dices nada de lo que pasa a tu alrededor?[6]

Daniel reflexiona al respecto:

Soy un inútil: no sólo se me fragmenta el mundo de acá, este Buenos Aires de pacotilla en el que deambulo, sino también el de allá, el que creía firme, el mundo del que salí para poder regresar a él sin que me lo cambiaran.[7]

Una vez más se hace evidente su afán coleccionista, en la pretensión de querer recuperar su mundo de Buenos Aires, sin que por eso nada cambie su mundo de Estados Unidos, como si estos no se trataran de relaciones en las que él participa, y más bien fueran objetos que pueden sumarse.

Miedo al olvido revelado:

En este punto me interesa destacar algo muy importante que aún no fue señalado. Daniel viene a Buenos Aires a recuperar algo que olvidó, y al mismo tiempo olvidó que olvidó. Aunque parezca banal, considero necesario aclarar que jamás puede olvidarse algo que no se conoció anteriormente. Este olvido es la homosexualidad de su madre.

Es interesante observar cómo a lo largo del relato aparecen las marcas de omisión deliberada que hace Daniel respecto a este tema:
Borra completamente todos los recuerdos referidos a su madre con Charlotte y jamás trató de averiguar la razón por la que su madre no terminaba de aceptar la homosexualidad de él (que podría ser el disparador que abriera el terreno para que la madre revelase su propia sexualidad). Por otra parte, recuerda muy bien a los amantes hombres de su madre y siempre hace hincapié en una característica atribuida al rol femenino convencional cuando pregunta constantemente a todos sus testimoniantes si su madre “era linda”. Casi todos le responden que “no, precisamente lo que se dice linda, no”. Era otra cosa, que Daniel por el momento no está dispuesto a oír.

Este olvido que se revela casi al final del relato por parte de Charlotte, quien fue amante de la madre de Daniel, desestructura la posición de subjetividad de Daniel y le abre las puertas a una exterioridad de ese campo de subjetividad por el que se movía. Esa exterioridad sea muy probableme nte lo que Daniel vino a buscar a Buenos Aires.

Camino hacia la exterioridad:

En “la desaparición del sujeto” Peter Bürger analiza los movimientos del sujeto moderno dentro de un campo de subjetividades. A grandes rasgos, este campo estaría delimitado por dos polos: el cogito cartesiano, sujeto del saber o yo-entendimiento, que es el sujeto autónomo que investiga el orden puramente mecánico de la naturaleza y emplea para sus propios fines las fuerzas así descubiertas, convirtiéndose así mismo en instrumento de la conquista del mundo. Asimismo, es necesario que controle sus pasiones, transformándolas en fuerzas motrices de su actividad y al mismo tiempo olvide que es una criatura mortal. El otro polo es el yo-angustia, analizado por Pascal a través del concepto de Ennui, en el que el sujeto pierde todo interés por el mundo y sus congéneres.

El primer momento de angustia significante del “yo” que puede observarse en Daniel es cuando explica su resistencia frente a la lectura y que él supera mediante la traducción.

Esta tarea de traducción de textos, es desplazada por Daniel a otra instancia: la traducción de los discursos ajenos que realiza en su trabajo de memoria. Coleccionar recuerdos ajenos es su forma de escribir y librarse de la angustia. Sin embargo, esta escritura que le proporciona distancia con la propia angustia, al mismo tiempo lo hace renunciar a la vida. Se encuentra huyendo permanentemente de algo indecible que le inspira miedo. La escritura sería entonces la forma de tratar con esa experiencia sin decirla jamás. Pero la experiencia extrema y traumática de la muerte de su madre hace que Daniel vea sacudida esta estructura del “yo-traductor”. Viene a Buenos Aires en busca de algo que no puede decir al igual que esta experiencia, de un olvido que finalmente podrá nombrar, en tanto renuncie a este “yo-traductor” que no está dispuesto a hacer, pero el cual estará forzado a abandonar luego de la revelación forzosa e inevitable que le hace Charlotte. Ahora bien, por un lado no está dispuesto a cambiar la posición de su “yo-traductor”, pero sin embargo lo indecible (el olvido que se revelará, es decir, la homosexualidad de su madre) es posible que traspase los mecanismos de defensa de este “yo-duro” dirigido permanentemente a la omisión de los datos que permitirían hacerlo salir a la luz, es posible que hable a través del cuerpo: el accidente que sufre Daniel puede pensarse no como una fatalidad, sino como el camino que lo conducirá a la casa de Charlotte donde el olvido se revelará finalmente.

El olvido revelado:

Cuando Daniel se instala en la casa de Charlotte y descubre que ella es la poseedora de los cuadros de su madre, comienza la revelación de su olvido. Sale del cuarto donde se encuentran los cuadros y no necesita preguntar nada, Charlotte está dispuesta a hablar de todos modos de la relación sentimental y sexual que la unió a la madre de Daniel. Asimismo, él no puede utilizar más sus recursos de evasión ya que se encuentra sumamente perturbado por el descubrimiento de los cuadros, especialmente de uno: el del niño (él) mirando a través de la puerta con la inscripción “¿Te gustaba mirarnos?”. Ese olvido indecible ya puede ser nombrado.

Quise interrumpir este monólogo que me ponía sumamente incómodo, que casi me chocaba. La sexualidad de mi madre pertenecía, o había pertenecido hasta entonces, a lo que no tiene nombre, y ahora los detalles que me daba Charlotte me empujaban a nombrarla. [8]

Me interesa señalar al respecto una reflexiones de Christa Bürger: a partir de la delimitación del campo de las subjetividades se marca al mismo tiempo un afuera que sería el lugar de la mujer. Este afuera es lo que no se puede convertir en objeto de saber universal (sujeto del saber) ni en objeto de experiencia particular (sujeto de la experiencia). Este lugar del no saber y de la indeterminación sólo se hace visible cuando las mujeres empiezan a salirse del orden de los sexos.

Este “afuera del campo” que se hace visible a los ojos de Daniel, lo empuja a replantearse su propia posición subjetiva. Encuentra un lugar indeterminado que apenas puede nombrar, ese olvido que vanamente buscó en una traducción (o escritura) de datos inútiles que fue coleccionando. Abandona entonces su tarea de traductor de discursos y vuelve a Estados Unidos con la esperanza de encontrar un mundo que el olvido no haya devastado totalmente.

Consideraciones finales:

Volviendo a las reflexiones de la introducción me interesaría plantear esta revelación de un afuera del campo de subjetividades como un “camino por el que se marcha”. Yaerushalmi señala que esta halakhah no puede encontrase dentro de la disciplina de la historia, ya que se trata de una crisis espiritual y cultural, pero tal vez sea posible encontrarla en la conformación de subjetividades nuevas que se vuelven visibles al salir de sus roles y revelan nuevas posibilidades de vida, al mismo tiempo que estarían marcando la línea divisoria entre lo que debe recordarse y lo que debe olvidarse.

[1] Yerusahlmi, Y. H., Reflexiones sobre el olvido, 1982.
[2] Molloy, Sylvia, El común olvido, Editorial Norma 2004. pág. 34
[3] Molloy, Sylvia, Ibíd. pág. 91.
[4] Nietzsche, F., Consideraciones intempestivas 2. pág.62.
[5] Ibíd, pág. 63
[6] Molloy, Sylvia, Ibid. pág. 223
[7] Ibíd. pág. 226
[8] Ibíd. pág. 334

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