Wednesday, June 15, 2005

El privilegio del pasado y sus investiduras


Pasado e Historia

Para explicar el surgimiento del recuerdo, Henri Bergson presenta dos alternativas:

O el presente no deja huella alguna en la memoria, o es que se desdobla en todo instante, desde su mismo surgimiento, en dos chorros simétricos, uno de los cuales revierte hacia el pasado mientras el otro se abalanza hacia el futuro.[1]


Si el presente no dejara huella alguna en la memoria, el sujeto saltaría de instante a instante, y tanto la memoria como el olvido no tendrían lugar. Puede afirmarse entonces que el recuerdo no es una construcción posterior a la percepción, sino que su surgimiento se produce al mismo tiempo. La ilusión de que el recuerdo es posterior a la percepción se explica en la medida en que no tenemos que hacer mediante el recuerdo las cosas cuando tenemos las cosas mismas. Asimismo, Bergson señala que la memoria no es una facultad de clasificar los recuerdos. Una facultad se ejerce de modo intermitente, pero el pasado, al acumularse sin tregua, no hace posible esta intermitencia. La memoria es por lo tanto continua y el pasado se conserva por sí mismo, automáticamente, inclinándose hacia el presente y presionando sobre la puerta de la conciencia:

El mecanismo cerebral está hecho precisamente para rechazar la casi totalidad en el inconsciente y para introducir en la conciencia lo que por naturaleza sirve para aclarar la situación presente, para ayudar a la acción que se prepara, a proporcionar por último un trabajo útil. (…) Sin duda, no pensamos más que con una pequeña parte de nuestro pasado, pero es con nuestro pasado todo entero, incluido nuestra curvatura de alma original, como deseamos, queremos, actuamos. Nuestro pasado se manifiesta por tanto íntegramente en nosotros por su impulso y en forma de tendencia, aunque sólo una débil parte se convierta en representación.[2]

En Sobre la utilidad y los perjuicios de la historia para la vida, Friedrich Nietzsche denomina sentido histórico a esta acumulación del pasado propia del hombre. Asimismo, señala la necesidad vital de un sentido no-histórico, es decir, la capacidad de olvido:

Imaginemos el caso extremo de un hombre que careciera de la facultad de olvido y estuviera condenado a ver en todo un devenir, un hombre semejante no creería en su propia existencia, no creería en sí, vería todo disolverse en una multitud de puntos móviles, perdería pie en ese fluir del devernir.[3]

Esta capacidad de olvido o sentido no-histórico es semejante a la noción de inconsciente que señala Bergson. Si bien para él el pasado se manifiesta íntegramente en la acción del sujeto, éste está indeterminado casi en su totalidad, puesto que permanece en el inconsciente, condición necesaria que hace posible la acción o la vida, siguiendo las reflexiones de Nietzsche.

La diferenciación entre el sentido histórico y el sentido no-histórico es el punto inicial que utiliza Nietzsche para indicar la hipertrofia, que veía como peligro en la práctica histórica positivista de su época. Para Nietzsche la historia considerada como ciencia pura va en detrimento de la vida, es decir, debilita el presente y corta las raíces del futuro, puesto que su objetivo termina siendo sólo el aumento de conocimientos en sí mismo. A su vez señala tres tipos de revestimientos que puede adoptar el pasado para servir a la vida y que corresponden a tres tipos de historia: la historia monumental, la historia anticuaria y la historia crítica. La primera se ve motivada para quien la adopta, en la medida en que es un ser activo y persigue un objetivo. Dice Nietzsche al respecto:

Su consigna es: lo que una vez fue capaz de agrandar el concepto de “hombre” y llenarlo de un contenido más bello tiene que existir siempre para ser capaz de realizar eso eternamente. (…) – es la idea fundamental de la fe en la humanidad que encuentra su expresión en la exigencia de una historia monumental.[4]

Este revestimiento monumental del pasado, al mismo tiempo acarrea consigo un peligro:

Mientras el pasado tenga que ser descrito como digno de imitación, como imitable y posible otra segunda vez, incurre, ciertamente, en el peligro de ser distorsionado, de ser embellecido, y se acerca así a la pura invención poética.. [5]

La historia anticuaria tiene su origen en la necesidad de quien persiste en lo habitual y lo venera a lo largo del tiempo. Se dice a sí mismo:

Aquí se pudo vivir, por tanto aquí se puede vivir y aquí se podrá vivir, pues somos tenaces y no se nos derrumbará de un día para otro.[6]

Al igual que la historia monumental, la historia anticuaria también lleva consigo un peligro: el sentido anticuario tiene un campo de visión limitado y los fenómenos se perciben de manera muy cercana y aislada, lo que hace que pueda llegar a considerarse todo igualmente importante y no se cuente con una escala de valores y de proporciones que respondan a las relaciones de las cosas entre sí. En paralelo con las reflexiones que realiza Bergson con respecto a la memoria individual, el sentido anticuario sería similar a un hombre que no pudiera guardar el pasado en su inconsciente. Éste se presentaría íntegramente, pero perfectamente localizado, lo que haría imposible cualquier tipo de relaciones de pensamiento. Señala Nietzsche:

Esto crea siempre un peligro inminente: en definitiva, todo lo antiguo y pasado que entra en este campo de visión es, sin más, aceptado como igualmente digno de veneración; todo lo que no muestra, respecto a lo antiguo, esta reverencia, o sea, lo que es nuevo y está en fase de realización, es rechazado y encuentra hostilidad.[7]


Finalmente, el tercer modo de historia, es decir, la historia crítica, está motivada por la necesidad de traer el pasado ante la justicia y someterla a un interrogatorio minucioso para, finalmente, condenarlo. El peligro aquí, consiste en la dificultad de encontrar un límite en la negación del pasado, pero al mismo tiempo, la historia crítica corre con una ventaja:

Sucede con demasiada frecuencia que conocemos lo que es bueno, pero no lo realizamos porque conocemos también lo que es mejor, sin poderlo hacer. Pero algunos llegan, sin embargo a ganar esta batalla, y para los que luchan, para los que se sirven de la historia crítica para la vida, hay siempre un notable consuelo: el saber que esta primera naturaleza fue una vez segunda naturaleza y que toda segunda naturaleza, cuando triunfa, se convierte, a su vez, en primera naturaleza.[8]


Memoria e Historia

En la medida en que no existe un órgano de la memoria colectiva, ésta no registra el pasado automáticamente, como es el caso de la memoria individual, sino que precisa de un registro, del que la historia necesariamente se sirve. Ahora bien, no hay hechos históricos a-priori, sino que es el historiador quien recorta su objeto y le plasma valor histórico. En este recorte, es decir, en las investiduras con que presenta al pasado, plasma al mismo tiempo su ideología. En Nietzsche puede observarse esta cuestión en los tres tipos de historia señaladas anteriormente. Hayden White, por su parte plantea este punto en su análisis sobre el discurso histórico. Señala:

Los acontecimientos reales deberían simplemente ser; pueden servir perfectamente de referentes de un discurso, pueden ser narrados, pero no deberían ser formulados como tema de una narrativa.[9].

La narrativa, entonces, pasa a ser el objeto en cuestión para analizar la fundamentación de la historia y su deber moral, puesto que no es posible una narración, en tanto recorte y artificio de representación, que no esté sostenida por una moral. Asimismo, señala que la doxa del establishment historiográfico moderno supone que hay tres tipos de representación histórica: los anales, la crónica y la historia propiamente dicha. La imperfección de las dos primeras consistiría en su fracaso de no poder captar la plena narratividad de los acontecimientos reales del pasado. Pero él señala que no se trata de historias imperfectas, sino más bien de productos particulares de posibles concepciones de la realidad histórica, al igual que la “historia propiamente dicha”, que también es otra investidura del pasado, puesto que este no puede representarse objetivamente, sino a través de la narrativa:

Convencionalmente no basta que un relato histórico trate de acontecimientos reales en vez de meramente imaginarios; y no basta que el relato represente los acontecimientos en su orden discursivo de acuerdo con la secuencia cronológica en que originalmente se produjeron. Los acontecimientos no sólo han de registrarse dentro del marco cronológico en el que sucedieron originalmente sino que además han de narrarse, es decir, relevarse como sucesos dotados de una estructura, un orden de significación que no posee como mera secuencia..[10]

Por lo tanto, no sólo la ideología de la práctica histórica está en el recorte de su objeto, que puede observarse en las distinciones de las historias que realiza Nietzsche, sino que existe otro nivel, el de la narrativa, que utilizan todas las investiduras del pasado, en donde se plasma el orden y significación de los hechos, ya que éstos no los poseen a-priori: son dados a partir de su forma narrativa adoptada por el historiador.

[1] Bergson, Henri, La memoria o los grados de la duración, Ed. cast.: Alianza Editorial, Madrid, 2004, pág. 58.
[2] Ibíd., pág. 56.
[3] Nietzsche, Friedrich, Sobre la utilidad y los perjuicios de la historia para la vida, Ed. cast.: Editorial EDAF, Madrid, 2000, pág. 38.
[4] Ibíd., pág. 51.
[5] Ibíd., pág. 55.
[6] Ibíd., pág. 60.
[7] Ibíd., pág. 62-63.
[8] Ibíd., pág. 66-67.
[9] White, Hayden, El valor de la narrativa en la representación de la realidad, Ed. cast.: Ediciones Paidós Ibérica, S.A., Barcelona, 1987, pág. 19.
[10] Ibíd., pág. 21.

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