Hoy volví a leer "Ventanas. Mil reminiscencias de ciudad" que escribió Vivi con motivo de un cuadro que pinté para ella. Vivi es mi amiga poetisa, la única gran poetisa que conozco personalmente. Además de colgarlo en mi blog, puesto que me encanta, quiero aprovechar la ocasión para recomendar el suyo: El octavo beso (imperdible)
Ventanas. Mil reminiscencias de ciudad.
Yo miraba desde aquel balcón.Un hombre hermoso a lo lejos, iluminado por la pantalla estática de la computadora. Con una mano compulsiva apretaba el mouse, con la otra sostenía el café humeante. Escribía. Tenía el pelo corto, un sweater negro, era un poco pálido y pasivo. La fiesta estaba en otro lado. Otra ventana.Allí la gente giraba sobre un piso que parecía enjabonado. Un hombre estiraba los brazos como si fuera a dar vueltas en el aire. Le sostenía la mano otro hombre apenas inclinado con un sombrero en la cabeza. Más adelante, casi en la sala, había una mujer. Tenía la pierna extendida finamente, un teléfono en la cavidad del cuello, un libro en la mano. Seguro que leía a Beckett. La biblioteca estaba al lado suyo. Era una mujer tremendamente hermosa, de pelo corto, con una pollera verde. Sobre el mueble de la biblioteca había una planta. Atrás suyo un hombre la miraba embelesado. Se sostenía la cabeza con las manos y la espalda estaba arqueada como un gato. Le miraba las piernas.En otra ventana pude ver al diablo, pero no era el diablo sino un caballito de mar nadando en el vapor del vidrio. También pude ver un living fastuoso pero vacío, con una gran mesa redonda de vidrio sin adornos.En otro edificio había un matrimonio apunto de dormir. La cama de dos plazas era una barrera insalvable. La mujer, atrás, iluminada por la luz del velador, tenía la cabeza gacha. Parecía apenada. Él miraba hacia afuera por la ventana como si quisiera vivir otra vida. Lo demás que ví es vacío o sangre chorreada o mierda derretida.Por puro voyerismo busqué a los amantes pero permanecieron escondidos en las sombras. Eran fantasmas.Atrás ya aparecía el amanecer. Aquel hombre del café continuaba escribiendo.Yo llegué con mi cuadro lleno de colores, miles de vidas superpuestas llenas de amarillo, a la mesa de mi casa.- ¿ Te gusta, René? – le dijeY me sorprendió que el electromecánico pudiera ver más allá de los colores del cuadro abstracto de Muriagna.- Está bueno... pero es triste, ¿ no?. Es triste. Al menos para mí.
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