Memoria y Espectro
en El común olvido de Sylvia Molloy y Villa de Luis Gusmán
Introducción:
A fin de explicar la ideología como el proceso final de la dialéctica entre lo visible y lo invisible, lo imaginable y lo inimaginable y, retomando las categorías de Marx, entre la necesidad y la contingencia, Slavoj Zizek pone en juego el concepto lacaniano de espectro. Es en este punto donde se debería buscar el último recurso de la ideología, es decir, esta categoría sería el núcleo preideológico o matriz formal donde se sobreimponen las diversas formaciones ideológicas. Siguiendo los postulados de Lacan, los cuales Zizek retoma, puede afirmarse que no hay realidad sin espectro:
(…) la realidad nunca es directamente “ella misma”, se presenta sólo a través de su simbolización incompleta/fracasada, y las apariciones espectrales emergen en esta misma brecha que separa para siempre la realidad de los real, y a causa de la cual la realidad tiene el carácter de una ficción (simbólica): el espectro le da cuerpo a lo que escapa de la realidad (simbólicamente estructurada)[1]
Por lo tanto, lo real, al ser simbolizado, sufre en esta operación una distorsión o simulación, y lo que queda sin simbolizar (el trauma, lo real no simbolizable) es el punto alrededor del cual se estructura la realidad.
A partir de las afirmaciones expuestas, será el propósito de este análisis señalar las distorsiones en la construcción de realidades que se producen en los trabajos de memoria tanto de Daniel, protagonista de El común Olvido de Sylvia Molloy, como de Carlos Villa, protagonista de Villa de Luis Gusmán. Estas distorsiones (recuerdos encubridores, omisiones, automatismo) harán posible el surgimiento de apariciones espectrales que desestabilizarán las estructuras simbólicas de sus realidades (desestabilización que en el caso de Daniel devendrá revelación de un olvido y en el caso de Carlos Villa confesión de una culpa). Asimismo, ampliando el campo de análisis, es decir, no sólo deteniéndose en las realidades construidas por ambos personajes, sino enfocando la mirada hacia la realidad simbólica de la novela como género, quisiera señalar cómo en sus desplazamientos imaginarios con respecto a la historia surge de manera espectral el trauma irresuelto de la última dictadura en la Argentina.
Finalmente, retomaré las reflexiones de Yosef Hayim Yerushalmi con respecto a la ley (halakhah: “camino por donde se marcha”)[2], para ponerlas a la luz del análisis de las apariciones espectrales propuesto.
Memoria y Subjetividades: (Operaciones de apropiación del conocimiento en Daniel y Carlos Villa)
Olvido y traducción:
Como desarrollé en el informe monográfico de la novela de Sylvia Molloy, los desplazamientos imaginarios que realiza Daniel en la construcción de su trabajo de memoria pueden analizarse desde una operación de traducción de discursos ajenos, mecanismo adoptado por Daniel desde su época como estudiante universitario. Asimismo, fue señalado que esta apropiación de los discursos de sus testimoniantes es totalmente opuesta a la de una investigación historiográfica:
Nunca hace preguntas concretas (Daniel) que desencadenen un relato que lo ayude a recuperar información del pasado de su madre y que de alguna manera aclare cuestiones de su propia identidad. Es más, frente a personas que podrían revelarle cosas importantes con respecto a estas cuestiones (Específicamente Beatriz y Charlotte) el siente desconfianza y deseos de escapar. Sólo a Ana intenta conducirla, pero ella encarna el discurso más fragmentado de todos debido a su enfermedad (…) Por otra parte, no utiliza los documentos que también podrían revelarle acontecimientos significativos. Apenas hojea el diario de su madre y las cartas de su padre dirigidas a ella. Finalmente deshecha esos testimonios de papel, para seguir buscando por el camino más débil e indefinido de la oralidad.”[3]
Ahora bien, lo que Daniel deja fuera de esta operación (a través de la cual simboliza y conforma su realidad) es lo que podríamos llamar “lo real no simbolizable” o “espectro”. A partir de la revelación de Charlotte (la homosexualidad de la madre de Daniel) este espectro (olvido reprimido que se enmascara en un recuerdo encubridor)[4] conducirá a Daniel a una resimbolización de su realidad y a una nueva posibilidad de desplazamientos subjetivos.
Desplazamientos de la ley:
Quisiera exponer algunas consideraciones con respecto a la posición subjetiva de Carlos Villa, a fin de explicar cómo es que llega a refugiarse (como última instancia) en su trabajo de memoria (autómata). Asimismo, en su conformación de la realidad, lo que deja fuera y no quiere simbolizar, es conservado por Villa a través de objetos (huellas) que oculta y, aunque no quiere integrarlos a su estructura simbolizada, aparecerán de manera espectral, llevándolo finalmente a la confesión de una culpa. A diferencia de Daniel, la resimbolización que esta confesión provocará, no implicará sin embargo un desplazamiento de su subjetividad, sino una instancia necesaria para volver a centrar su posición. Esta posición puede analizarse a través de la figura de mosca, “el que revolotea alrededor de un grande, y si es un ídolo mejor”, es decir, es una posición regida por una ley exterior, alrededor de la cual el sujeto estructura su realidad. Los movimientos que transcurren a lo largo de la novela, no son los desplazamientos de la subjetividad de Carlos Villa, sino los de esta ley exterior en la que el personaje va reubicándose.
El primer desplazamiento de esta ley puede observarse tras el removimiento del Dr. Firpo de su cargo como Director y especialmente después de su muerte. Es en este momento en donde Carlos Villa siente la falta de un lugar seguro (falta de ley) y recentraliza su posición subjetiva apoyándose en la figura de Villalba (ley que no elige, pero la que se ve obligado a seguir por no querer cambiar su posición). Quisiera indicar que Carlos Villa, al encontrar al Dr. Firpo ya sin vida, toma su alfiler de corbata y lo mantiene oculto, gesto coleccionista y al mismo tiempo desencadenante de los episodios que lo unirán a Cummins y Mujica.
Necesidad de un informe:
Cummins y Mujica llevan a un hombre baleado para que Villa lo atienda, pero al mismo tiempo le exigen que no lo denuncie a la policía. Al ver que Villa de alguna manera se niega a cumplir con esa condición, Mujica, que hasta el momento no había hablado le dice:
(…) alguien como usted, doctor, capaz de robarle a un muerto, porque sabemos que se quedó con el alfiler de Firpo, como nos contó Villalba, debe ser un hombre de valor.[5]
El que Villalba les haya contado eso, hace pensar a Villa que por un lado no puede confiar en Villalba, y por otra parte, que Villalba evidentemente no confía en él. Eso significa que ya no puede regirse por la ley de Villalba, debe buscar otra ley alrededor de la cual estructurar su realidad.
Después de ese episodio vuelve a encontrarse con Cummins y Mujica, pero esta vez en una situación más extrema: debe reanimar a un hombre que fue sumamente torturado y finalmente Cummins y Mujica lo hacen “desaparecer”. A partir de ese momento, por miedo a que caiga el lópezrreguismo y encontrarse él en una situación extremadamente comprometida (y sin una ley a la cual atenerse) decide, como medida de protección, escribir un informe, que escribirá en código, utilizando las reglas mnemotécnicas que solía usar cuando estudiaba medicina. Será su memoria, entonces, el último lugar seguro, su última ley a la cual recurrir:
Confiaba en mi memoria. Como cuando estudiaba medicina y aprendía todo de memoria: tenía músculos y vísceras en la cabeza. Memorizaba cada parte del cuerpo y para los exámenes acudía a reglas mnemotécnicas: “Mamá es acróbata en dos circos”. La frase resumía el mundo de las arterias, (…). Mamá, las mamarias internas y externas; es la escapular; dos, las dos circunflejas externa e interna.[6]
Sin embargo, la escritura de este informe, tras la muerte de Elena (de la que Villa es responsable) toma otro matiz: no sólo el de protegerse, sino el de olvidar. Por supuesto que este olvido es un olvido simulado, un olvido que emergerá en forma de espectro.
Hacia la simbolización del espectro:
Como fuera indicado en el informe, cuando Daniel se instala en la casa de Charlotte y descubre que ella es la poseedora de los cuadros de su madre, comienza la revelación de su olvido. Sale del cuarto donde se encuentran los cuadros y no necesita preguntar nada, Charlotte está dispuesta a hablar de todos modos de la relación sentimental y sexual que la unió a la madre de Daniel. Asimismo, él no puede utilizar más sus recursos de evasión ya que se encuentra sumamente perturbado por el descubrimiento de los cuadros, especialmente de uno: el del niño (él) mirando a través de la puerta con la inscripción “¿Te gustaba mirarnos?”. Ese olvido indecible ya puede ser nombrado.
Quise interrumpir este monólogo que me ponía sumamente incómodo, que casi me chocaba. La sexualidad de mi madre pertenecía, o había pertenecido hasta entonces, a lo que no tiene nombre, y ahora los detalles que me daba Charlotte me empujaban a nombrarla.[7]
Siguiendo el análisis que hace Freud en Recuerdos de infancia y recuerdos encubridores, me interesa señalar que este “olvido indecible” que ahora puede ser nombrado, es posible que haya sido conservado en la memoria de Daniel como un recuerdo encubridor que rodeó al espectro o trauma. El recuerdo consistiría en la siguiente descripción realizada por Daniel:
Nos habíamos ido a vivir los dos solos, tengo recuerdos confusos del departamento adonde fuimos a parar, sé (porque ella me lo dijo luego) que estaba en la calle Ecuador (…) Con ella me sentía a salvo, como si los dos hubiéramos escapado de algo muy terrible. Desde el rincón donde me instalaba a leer o a jugar veía la puerta que daba a su dormitorio, siempre entreabierta, recuerdo el deslumbramiento que me producía la visión de ese cuarto, con su cama habitualmente repetida en las hondísimas perspectivas de las tres fases de un espejo veneciano, con pimpollos de rosa rojos y hojas verdes, de madera, en el marco, un regalo que le habían hecho a mi abuelo, decía mi madre, cuando era embajador. Yo quería mucho a mi madre en ese entonces y no era infeliz.[8]
Por su parte, Carlos Villa, que sólo cree en su escritura (con pretensiones objetivas) y en la posibilidad de olvidar a través de ella, vive una fuerte desestabilización de su ley (su memoria) al presentarle a Matienzo el informe y éste rechazarlo categóricamente y decirle:
Es el informe de un desesperado. Hay una pasión enfermiza en su descripción de Cummins y Mujica. (…) Tome, Villa, cargue con su propio engendro (el informe). Ni siquiera yo lo voy a aliviar. Lléveselo. Y lo relevo de la guardia, puede irse ya.[9]
Su memoria ya no es un lugar que lo proteja y le otorgue poder. Es aquí en donde cae en la desesperación radical, y surge el espectro de la muerte de Elena que empuja a Villa a realizar la confesión de una culpa imborrable (escribir para olvidar, como pretendía Villa, es sólo una pretensión ficticia, un olvido simulado) frente a la tumba en donde supuestamente se encuentra ella:
No sé por qué hice lo que hice. Todos los pensamientos surgieron después. Ahora podría empezar a darte algunas razones. (…) Sé que nunca más, o sólo muerto, voy a volver a atravesar esta puerta. (…) Ahora me voy a dar vuelta y te voy a dar la espalda, como les doy la espalda a todas las cosas que me duelen y que quiero ignorar. Hasta hoy me ha dado resultado. Por eso me despido, porque después voy a arrancar derecho hasta la puerta sin mirar para atrás. [10]
Ahora bien, este pasaje del espectro de la muerte de Elena a la simbolización de su realidad estructurada no modifica la posición subjetiva de Villa. Opta por dar la espalda al pasado anterior a que él se convirtiese en parte operante de la tortura infringida por la dictadura, aunque sin embargo lo conservará como huella a partir del secreto: en el final de la novela se puede observar en su decisión de no contarle nunca la historia de “mosca” a su mujer. Su nueva ley pasará a ser entonces la que le dictaminen Cummins y Mujica.
El espectro de la última dictadura argentina:
Retomando las conclusiones realizadas en el informe sobre El común olvido y a la luz del análisis de las apariciones espectrales que llevan a la desestabilización de las realidades simbolizadas tanto de Daniel como de Carlos Villa, me veo en la obligación de ampliar dichas reflexiones (que se refieren a que la conformación de nuevas subjetividades serían un posible camino por donde marchar, al mismo tiempo que estarían marcando la línea divisoria entre lo que debe olvidarse y lo que debe recordarse) e indicar cómo el desplazamiento imaginario de la discursividad literaria hace surgir desde voces diferentes a las del discurso histórico (que podrían considerarse “nuevas subjetividades discursivas”) el trauma irresuelto de la dictadura. En el caso de la novela de Sylvia Molloy, como su título lo indica, el espectro o trauma se hace visible a partir de ese “común olvido” que puede observarse en la omisión prácticamente total de este hecho en la discursividad de la novela. Sin embargo hay referencias, que podrían considerarse espectrales: no se dice el trauma pero evidentemente existe en el discurso marcas que nos remiten a ese “común olvido” que aún duele. Puede observarse en la siguiente reflexión de Daniel:
Todo roce con la institución, en la Argentina, me vuelve aprensivo, como una reacción refleja, como si llevara en el cuerpo la memoria de todos los miedos ajenos. Pienso: no he hecho nada, no me pueden hacer nada. Pienso inmediatamente: por supuesto que me pueden hacer algo, qué es lo que me irán a hacer, y a quién le pido ayuda.[11]
Por su parte, en la novela de Luis Gusmán el tiempo en que concluye la historia es clave: el inicio de la dictadura, en el que ya puede observarse de manera espectral el peligro y el horror que está por venir. Asimismo, considero significativo la conclusión de la confesión de Villa sobre la tumba de Elena y que cité anteriormente (Ahora me voy a dar vuelta y te voy a dar la espalda, como les doy la espalda a todas las cosas que me duelen y que quiero ignorar. Hasta hoy me ha dado resultado. Por eso me despido, porque después voy a arrancar derecho hasta la puerta sin mirar para atrás.). Tal vez sea este el gesto que más horror provoca, al mismo que ese “dar la espalda”, no permite ver el fantasma, el trauma irresuelto que necesita aún ser señalado.
Consideraciones finales:
En el informe monográfico expuse:
Yerushalmi señala que faltos de una halakhah no puede trazarse una división entre lo excesivo y lo escaso de la investigación histórica. Al mismo tiempo, se posiciona, desde una elección moral, del lado de lo excesivo, por miedo al olvido. De este modo quienes establezcan un día una nueva halakhah podrán pasar la historia por el tamiz y recuperar lo que buscan.
Quisiera agregar que los desplazamientos imaginarios que hace la discursividad literaria con respecto a los acontecimientos históricos pueden ayudar a la memoria colectiva, por la cual trabaja la historia, diciendo el olvido sin darle un lugar (operación que necesariamente debe hacer el discurso historiográfico), mostrando el fantasma que las políticas de olvido no logran ocultar.
[1] Slalov Zizek, El espectro de la ideología, Buenos Aires, Fondo de Cultura Económica de Argentina, S.A., 2003, pág. 31.
[2] Reflexiones expuestas en el informe monográfico.
[3] Cita textual del informe monográfico acerca de El común olvido.
[4] Cuestión que será analizada más adelante.
[5] Luis Gusmán, Villa, Buenos Aires, Alfaguara S.A., 1995, pág. 133 y 134.
[6] Ibíd., pág. 144.
[7] Sylvia Molloy, El común olvido, Editorial Norma 2004. pág. 334.
[8] Ibíd., pág. 138 y 139.
[9] Luis Gusmán, Ibíd., pág. 206, 207 y 208.
[10] Ibíd., pág. 216 y 218.
[11] Sylvia Molloy, Ibíd., pág. 93.
en El común olvido de Sylvia Molloy y Villa de Luis Gusmán
Introducción:
A fin de explicar la ideología como el proceso final de la dialéctica entre lo visible y lo invisible, lo imaginable y lo inimaginable y, retomando las categorías de Marx, entre la necesidad y la contingencia, Slavoj Zizek pone en juego el concepto lacaniano de espectro. Es en este punto donde se debería buscar el último recurso de la ideología, es decir, esta categoría sería el núcleo preideológico o matriz formal donde se sobreimponen las diversas formaciones ideológicas. Siguiendo los postulados de Lacan, los cuales Zizek retoma, puede afirmarse que no hay realidad sin espectro:
(…) la realidad nunca es directamente “ella misma”, se presenta sólo a través de su simbolización incompleta/fracasada, y las apariciones espectrales emergen en esta misma brecha que separa para siempre la realidad de los real, y a causa de la cual la realidad tiene el carácter de una ficción (simbólica): el espectro le da cuerpo a lo que escapa de la realidad (simbólicamente estructurada)[1]
Por lo tanto, lo real, al ser simbolizado, sufre en esta operación una distorsión o simulación, y lo que queda sin simbolizar (el trauma, lo real no simbolizable) es el punto alrededor del cual se estructura la realidad.
A partir de las afirmaciones expuestas, será el propósito de este análisis señalar las distorsiones en la construcción de realidades que se producen en los trabajos de memoria tanto de Daniel, protagonista de El común Olvido de Sylvia Molloy, como de Carlos Villa, protagonista de Villa de Luis Gusmán. Estas distorsiones (recuerdos encubridores, omisiones, automatismo) harán posible el surgimiento de apariciones espectrales que desestabilizarán las estructuras simbólicas de sus realidades (desestabilización que en el caso de Daniel devendrá revelación de un olvido y en el caso de Carlos Villa confesión de una culpa). Asimismo, ampliando el campo de análisis, es decir, no sólo deteniéndose en las realidades construidas por ambos personajes, sino enfocando la mirada hacia la realidad simbólica de la novela como género, quisiera señalar cómo en sus desplazamientos imaginarios con respecto a la historia surge de manera espectral el trauma irresuelto de la última dictadura en la Argentina.
Finalmente, retomaré las reflexiones de Yosef Hayim Yerushalmi con respecto a la ley (halakhah: “camino por donde se marcha”)[2], para ponerlas a la luz del análisis de las apariciones espectrales propuesto.
Memoria y Subjetividades: (Operaciones de apropiación del conocimiento en Daniel y Carlos Villa)
Olvido y traducción:
Como desarrollé en el informe monográfico de la novela de Sylvia Molloy, los desplazamientos imaginarios que realiza Daniel en la construcción de su trabajo de memoria pueden analizarse desde una operación de traducción de discursos ajenos, mecanismo adoptado por Daniel desde su época como estudiante universitario. Asimismo, fue señalado que esta apropiación de los discursos de sus testimoniantes es totalmente opuesta a la de una investigación historiográfica:
Nunca hace preguntas concretas (Daniel) que desencadenen un relato que lo ayude a recuperar información del pasado de su madre y que de alguna manera aclare cuestiones de su propia identidad. Es más, frente a personas que podrían revelarle cosas importantes con respecto a estas cuestiones (Específicamente Beatriz y Charlotte) el siente desconfianza y deseos de escapar. Sólo a Ana intenta conducirla, pero ella encarna el discurso más fragmentado de todos debido a su enfermedad (…) Por otra parte, no utiliza los documentos que también podrían revelarle acontecimientos significativos. Apenas hojea el diario de su madre y las cartas de su padre dirigidas a ella. Finalmente deshecha esos testimonios de papel, para seguir buscando por el camino más débil e indefinido de la oralidad.”[3]
Ahora bien, lo que Daniel deja fuera de esta operación (a través de la cual simboliza y conforma su realidad) es lo que podríamos llamar “lo real no simbolizable” o “espectro”. A partir de la revelación de Charlotte (la homosexualidad de la madre de Daniel) este espectro (olvido reprimido que se enmascara en un recuerdo encubridor)[4] conducirá a Daniel a una resimbolización de su realidad y a una nueva posibilidad de desplazamientos subjetivos.
Desplazamientos de la ley:
Quisiera exponer algunas consideraciones con respecto a la posición subjetiva de Carlos Villa, a fin de explicar cómo es que llega a refugiarse (como última instancia) en su trabajo de memoria (autómata). Asimismo, en su conformación de la realidad, lo que deja fuera y no quiere simbolizar, es conservado por Villa a través de objetos (huellas) que oculta y, aunque no quiere integrarlos a su estructura simbolizada, aparecerán de manera espectral, llevándolo finalmente a la confesión de una culpa. A diferencia de Daniel, la resimbolización que esta confesión provocará, no implicará sin embargo un desplazamiento de su subjetividad, sino una instancia necesaria para volver a centrar su posición. Esta posición puede analizarse a través de la figura de mosca, “el que revolotea alrededor de un grande, y si es un ídolo mejor”, es decir, es una posición regida por una ley exterior, alrededor de la cual el sujeto estructura su realidad. Los movimientos que transcurren a lo largo de la novela, no son los desplazamientos de la subjetividad de Carlos Villa, sino los de esta ley exterior en la que el personaje va reubicándose.
El primer desplazamiento de esta ley puede observarse tras el removimiento del Dr. Firpo de su cargo como Director y especialmente después de su muerte. Es en este momento en donde Carlos Villa siente la falta de un lugar seguro (falta de ley) y recentraliza su posición subjetiva apoyándose en la figura de Villalba (ley que no elige, pero la que se ve obligado a seguir por no querer cambiar su posición). Quisiera indicar que Carlos Villa, al encontrar al Dr. Firpo ya sin vida, toma su alfiler de corbata y lo mantiene oculto, gesto coleccionista y al mismo tiempo desencadenante de los episodios que lo unirán a Cummins y Mujica.
Necesidad de un informe:
Cummins y Mujica llevan a un hombre baleado para que Villa lo atienda, pero al mismo tiempo le exigen que no lo denuncie a la policía. Al ver que Villa de alguna manera se niega a cumplir con esa condición, Mujica, que hasta el momento no había hablado le dice:
(…) alguien como usted, doctor, capaz de robarle a un muerto, porque sabemos que se quedó con el alfiler de Firpo, como nos contó Villalba, debe ser un hombre de valor.[5]
El que Villalba les haya contado eso, hace pensar a Villa que por un lado no puede confiar en Villalba, y por otra parte, que Villalba evidentemente no confía en él. Eso significa que ya no puede regirse por la ley de Villalba, debe buscar otra ley alrededor de la cual estructurar su realidad.
Después de ese episodio vuelve a encontrarse con Cummins y Mujica, pero esta vez en una situación más extrema: debe reanimar a un hombre que fue sumamente torturado y finalmente Cummins y Mujica lo hacen “desaparecer”. A partir de ese momento, por miedo a que caiga el lópezrreguismo y encontrarse él en una situación extremadamente comprometida (y sin una ley a la cual atenerse) decide, como medida de protección, escribir un informe, que escribirá en código, utilizando las reglas mnemotécnicas que solía usar cuando estudiaba medicina. Será su memoria, entonces, el último lugar seguro, su última ley a la cual recurrir:
Confiaba en mi memoria. Como cuando estudiaba medicina y aprendía todo de memoria: tenía músculos y vísceras en la cabeza. Memorizaba cada parte del cuerpo y para los exámenes acudía a reglas mnemotécnicas: “Mamá es acróbata en dos circos”. La frase resumía el mundo de las arterias, (…). Mamá, las mamarias internas y externas; es la escapular; dos, las dos circunflejas externa e interna.[6]
Sin embargo, la escritura de este informe, tras la muerte de Elena (de la que Villa es responsable) toma otro matiz: no sólo el de protegerse, sino el de olvidar. Por supuesto que este olvido es un olvido simulado, un olvido que emergerá en forma de espectro.
Hacia la simbolización del espectro:
Como fuera indicado en el informe, cuando Daniel se instala en la casa de Charlotte y descubre que ella es la poseedora de los cuadros de su madre, comienza la revelación de su olvido. Sale del cuarto donde se encuentran los cuadros y no necesita preguntar nada, Charlotte está dispuesta a hablar de todos modos de la relación sentimental y sexual que la unió a la madre de Daniel. Asimismo, él no puede utilizar más sus recursos de evasión ya que se encuentra sumamente perturbado por el descubrimiento de los cuadros, especialmente de uno: el del niño (él) mirando a través de la puerta con la inscripción “¿Te gustaba mirarnos?”. Ese olvido indecible ya puede ser nombrado.
Quise interrumpir este monólogo que me ponía sumamente incómodo, que casi me chocaba. La sexualidad de mi madre pertenecía, o había pertenecido hasta entonces, a lo que no tiene nombre, y ahora los detalles que me daba Charlotte me empujaban a nombrarla.[7]
Siguiendo el análisis que hace Freud en Recuerdos de infancia y recuerdos encubridores, me interesa señalar que este “olvido indecible” que ahora puede ser nombrado, es posible que haya sido conservado en la memoria de Daniel como un recuerdo encubridor que rodeó al espectro o trauma. El recuerdo consistiría en la siguiente descripción realizada por Daniel:
Nos habíamos ido a vivir los dos solos, tengo recuerdos confusos del departamento adonde fuimos a parar, sé (porque ella me lo dijo luego) que estaba en la calle Ecuador (…) Con ella me sentía a salvo, como si los dos hubiéramos escapado de algo muy terrible. Desde el rincón donde me instalaba a leer o a jugar veía la puerta que daba a su dormitorio, siempre entreabierta, recuerdo el deslumbramiento que me producía la visión de ese cuarto, con su cama habitualmente repetida en las hondísimas perspectivas de las tres fases de un espejo veneciano, con pimpollos de rosa rojos y hojas verdes, de madera, en el marco, un regalo que le habían hecho a mi abuelo, decía mi madre, cuando era embajador. Yo quería mucho a mi madre en ese entonces y no era infeliz.[8]
Por su parte, Carlos Villa, que sólo cree en su escritura (con pretensiones objetivas) y en la posibilidad de olvidar a través de ella, vive una fuerte desestabilización de su ley (su memoria) al presentarle a Matienzo el informe y éste rechazarlo categóricamente y decirle:
Es el informe de un desesperado. Hay una pasión enfermiza en su descripción de Cummins y Mujica. (…) Tome, Villa, cargue con su propio engendro (el informe). Ni siquiera yo lo voy a aliviar. Lléveselo. Y lo relevo de la guardia, puede irse ya.[9]
Su memoria ya no es un lugar que lo proteja y le otorgue poder. Es aquí en donde cae en la desesperación radical, y surge el espectro de la muerte de Elena que empuja a Villa a realizar la confesión de una culpa imborrable (escribir para olvidar, como pretendía Villa, es sólo una pretensión ficticia, un olvido simulado) frente a la tumba en donde supuestamente se encuentra ella:
No sé por qué hice lo que hice. Todos los pensamientos surgieron después. Ahora podría empezar a darte algunas razones. (…) Sé que nunca más, o sólo muerto, voy a volver a atravesar esta puerta. (…) Ahora me voy a dar vuelta y te voy a dar la espalda, como les doy la espalda a todas las cosas que me duelen y que quiero ignorar. Hasta hoy me ha dado resultado. Por eso me despido, porque después voy a arrancar derecho hasta la puerta sin mirar para atrás. [10]
Ahora bien, este pasaje del espectro de la muerte de Elena a la simbolización de su realidad estructurada no modifica la posición subjetiva de Villa. Opta por dar la espalda al pasado anterior a que él se convirtiese en parte operante de la tortura infringida por la dictadura, aunque sin embargo lo conservará como huella a partir del secreto: en el final de la novela se puede observar en su decisión de no contarle nunca la historia de “mosca” a su mujer. Su nueva ley pasará a ser entonces la que le dictaminen Cummins y Mujica.
El espectro de la última dictadura argentina:
Retomando las conclusiones realizadas en el informe sobre El común olvido y a la luz del análisis de las apariciones espectrales que llevan a la desestabilización de las realidades simbolizadas tanto de Daniel como de Carlos Villa, me veo en la obligación de ampliar dichas reflexiones (que se refieren a que la conformación de nuevas subjetividades serían un posible camino por donde marchar, al mismo tiempo que estarían marcando la línea divisoria entre lo que debe olvidarse y lo que debe recordarse) e indicar cómo el desplazamiento imaginario de la discursividad literaria hace surgir desde voces diferentes a las del discurso histórico (que podrían considerarse “nuevas subjetividades discursivas”) el trauma irresuelto de la dictadura. En el caso de la novela de Sylvia Molloy, como su título lo indica, el espectro o trauma se hace visible a partir de ese “común olvido” que puede observarse en la omisión prácticamente total de este hecho en la discursividad de la novela. Sin embargo hay referencias, que podrían considerarse espectrales: no se dice el trauma pero evidentemente existe en el discurso marcas que nos remiten a ese “común olvido” que aún duele. Puede observarse en la siguiente reflexión de Daniel:
Todo roce con la institución, en la Argentina, me vuelve aprensivo, como una reacción refleja, como si llevara en el cuerpo la memoria de todos los miedos ajenos. Pienso: no he hecho nada, no me pueden hacer nada. Pienso inmediatamente: por supuesto que me pueden hacer algo, qué es lo que me irán a hacer, y a quién le pido ayuda.[11]
Por su parte, en la novela de Luis Gusmán el tiempo en que concluye la historia es clave: el inicio de la dictadura, en el que ya puede observarse de manera espectral el peligro y el horror que está por venir. Asimismo, considero significativo la conclusión de la confesión de Villa sobre la tumba de Elena y que cité anteriormente (Ahora me voy a dar vuelta y te voy a dar la espalda, como les doy la espalda a todas las cosas que me duelen y que quiero ignorar. Hasta hoy me ha dado resultado. Por eso me despido, porque después voy a arrancar derecho hasta la puerta sin mirar para atrás.). Tal vez sea este el gesto que más horror provoca, al mismo que ese “dar la espalda”, no permite ver el fantasma, el trauma irresuelto que necesita aún ser señalado.
Consideraciones finales:
En el informe monográfico expuse:
Yerushalmi señala que faltos de una halakhah no puede trazarse una división entre lo excesivo y lo escaso de la investigación histórica. Al mismo tiempo, se posiciona, desde una elección moral, del lado de lo excesivo, por miedo al olvido. De este modo quienes establezcan un día una nueva halakhah podrán pasar la historia por el tamiz y recuperar lo que buscan.
Quisiera agregar que los desplazamientos imaginarios que hace la discursividad literaria con respecto a los acontecimientos históricos pueden ayudar a la memoria colectiva, por la cual trabaja la historia, diciendo el olvido sin darle un lugar (operación que necesariamente debe hacer el discurso historiográfico), mostrando el fantasma que las políticas de olvido no logran ocultar.
[1] Slalov Zizek, El espectro de la ideología, Buenos Aires, Fondo de Cultura Económica de Argentina, S.A., 2003, pág. 31.
[2] Reflexiones expuestas en el informe monográfico.
[3] Cita textual del informe monográfico acerca de El común olvido.
[4] Cuestión que será analizada más adelante.
[5] Luis Gusmán, Villa, Buenos Aires, Alfaguara S.A., 1995, pág. 133 y 134.
[6] Ibíd., pág. 144.
[7] Sylvia Molloy, El común olvido, Editorial Norma 2004. pág. 334.
[8] Ibíd., pág. 138 y 139.
[9] Luis Gusmán, Ibíd., pág. 206, 207 y 208.
[10] Ibíd., pág. 216 y 218.
[11] Sylvia Molloy, Ibíd., pág. 93.
1 comment:
no lo puedo leer todo hoy, pero , cuán profunda sos a veces!!!!!
Saludos
Juanjo
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