Los días felices.
El sábado a las ocho y media de la noche Winnie dormía mientras la sala Casacuberta se iba llenando.
Ya acomodados todos los espectadores, pensé “qué hostil es el frío de Buenos Aires con el sueño de Winnie”. Es que la gente tose y come muchos caramelos (probablemente de miel) en esta época del año.
Ella seguía durmiendo. De vez en cuando movía suavemente una mano (¿qué estaría soñando?). Hasta que sonó el despertador y abrió esos ojos tan grandes, tan lindos, maquillados de celeste.
Luego comenzó a decir “todo lo que se puede decir”, y a hacer “todo lo que se puede hacer” a través de la actriz Marilú Marini, quien trabajó de manera extraordinaria las asperezas del silencio, la búsqueda de alguna respuesta (o algún consuelo) en los objetos, en los recuerdos, y el deber de no caerse, de seguir, de repetir hasta agotar las palabras y llegar a la instancia dramática de preguntarse por ejemplo “¿qué es un chancho?”.
La voz cruda e incansable de Samuel Beckett y el trabajo de perfecta coordinación e innumerables matices realizado por Marilú Marini nos conducen al desierto para mostrar de manera contundente lo vivo del lenguaje y es inevitable enamorarse de esos brazos, de esos ojos, de esa mujer que no se abandona ni un solo instante, que siempre tendrá algo que hacer o que decir a pesar de la devastación del mundo en el que despierta todos los días.
Sí, puedo afirmar que al recordar a la Winnie interpretada por Marilú Marini no dejo de pensar en las sutilezas de la palabra feliz y siento que no fueron suficientes los aplausos del sábado.
Todavía la aplaudo.
El sábado a las ocho y media de la noche Winnie dormía mientras la sala Casacuberta se iba llenando.
Ya acomodados todos los espectadores, pensé “qué hostil es el frío de Buenos Aires con el sueño de Winnie”. Es que la gente tose y come muchos caramelos (probablemente de miel) en esta época del año.
Ella seguía durmiendo. De vez en cuando movía suavemente una mano (¿qué estaría soñando?). Hasta que sonó el despertador y abrió esos ojos tan grandes, tan lindos, maquillados de celeste.
Luego comenzó a decir “todo lo que se puede decir”, y a hacer “todo lo que se puede hacer” a través de la actriz Marilú Marini, quien trabajó de manera extraordinaria las asperezas del silencio, la búsqueda de alguna respuesta (o algún consuelo) en los objetos, en los recuerdos, y el deber de no caerse, de seguir, de repetir hasta agotar las palabras y llegar a la instancia dramática de preguntarse por ejemplo “¿qué es un chancho?”.
La voz cruda e incansable de Samuel Beckett y el trabajo de perfecta coordinación e innumerables matices realizado por Marilú Marini nos conducen al desierto para mostrar de manera contundente lo vivo del lenguaje y es inevitable enamorarse de esos brazos, de esos ojos, de esa mujer que no se abandona ni un solo instante, que siempre tendrá algo que hacer o que decir a pesar de la devastación del mundo en el que despierta todos los días.
Sí, puedo afirmar que al recordar a la Winnie interpretada por Marilú Marini no dejo de pensar en las sutilezas de la palabra feliz y siento que no fueron suficientes los aplausos del sábado.
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