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Soñar en la infancia, no sólo está permitido, sino que hasta es obligatorio. Si te atrevés a soñar cuando sos chico, si crees realmente en tus sueños, ya tenés la mitad de las herramientas necesarias para afrontar las dificultades que se te vienen después. Con respecto a la vocación, los sueños se manifiestan de muy variadas maneras en los niños. Ninguno pudo eludir la pregunta ¿Qué querés ser cuando seas grande? Todos tuvimos que dar cuenta de ello, pero cada uno con su estilo…
1.
los domingos persigo el sol
entre aglomerados infernales
y miento en pos
de la virginidad sentimentalporque un sueño es más que
una promesa fluorescente,
un tobogán rojo
o un tornado
porque la luna engordó
tengo sed cuando estoy triste
y cuando estoy feliz me cuesta
mucho más convivir con esta ausencia
de sentido práctico
mi familia tendría que saber
que me la paso cogiendo
para morirme, claro,
pero con más lentitud
y si me vuelvo loca
para siempre, no va a ser
por amor, dolor, ni nada de eso
va a ser porque me olvidé
de contar
3.
voy a sentarme en el balcón
a sumarle hojas en blanco
a mis pensamientos diurnos
numerología de la nada
no estoy perdida,
sólo estoy enamorada de un chico
que me borró del messenger
a las seis ya estaba en los pies
de la cama de su madre y esperaba
durante unos minutos terribles
para él
e inútiles
nunca encontraba el momento
justo para interrumpir
el sueño de su madre
de su madre
claro
esperaba
como quien espera
quien
espera
siempre la misma costumbre
de tejer las mismas palabras
para otra cosa
por falta
de otra cosa y por estupidez
ahora
también espera en la cama
de una madre como esperaba
entrar en las baldosas y el aire
latigoso
como cuando esperaba entrar
en ese espacio violento
cuando jugaba a la soga
imposible pero entraba
creyendo interrumpir algo
siempre cerraba los ojos
llamaba decía ya es hora
ya pasó en realidad la hora
de olvidar el incendio
Como siempre, cuando las cosas le tocan el culo a la clase media, la noticia se vuelve escándalo, y lo que es peor, se empiezan a escuchar por todas partes comentarios que reaniman el deseo de que se acelere la muerte del Sol y se coma a la Tierra entera hoy mismo.
“El virus lo inventaron unos científicos locos y perversos.”
Qué importa quién lo inventó. Si hubiese nacido espontáneamente tendría el mismo efecto. El gran dios lucro, al que la ciencia, la economía, la política y los “ciudadanos de bien” rinden culto, desde cuya Catedral, el Imperio, señala con el dedo a quién hacer como si no existiera, a quien exterminar sistemáticamente, a quien vendarle los ojos con cositas lindas para comprar y a quien darle armas para defender su reinado, ese dios sin rostro al que no desenmascaran los videitos en youtube de yankis hablando de los macabros planes de algunos científicos, ese es el culpable, y no es que no exista porque no se vea, está vivito y coleando en la mente de la gente con poder y también en la de aquellos que le dan poder a semejantes hijos de puta.
“Sólo los negros “de mente” se mueren, porque no van al hospital, porque no saben que hay un número de teléfono al que llamás y te mandan a un médico gratis a tu casa. Sí, te lo doy, pero no se lo pases a nadie, a ver si se congestiona la línea.”
Negros de mente obviamente no es necesario explicar que es un término aberrante nacido de la ignorancia de la gente que piensa, por ejemplo, que Susana Gimenez es una tarada, excepto cuando se pone a hablar de la seguridad. Los negros de mente no existen, pero sí existen millones de pobres, que es cierto que tienen más posibilidades de morir, pero no por su “mente”, sino por vivir muy lejos de un hospital, por no tener plata para un colectivo, por no poder faltar a su trabajo en negro, por estar mal alimentados y que una gripe simplona los fulmine, etc. Lo del número del ministerio de salud, ese que anda circulando por internet, es mentira. Dicen que si llamás te mandan a un médico a tu casa, que es totalmente gratuito y está disponible las 24 hs, pero si te comunicás sos atendido por una máquina que te da instrucciones para prevenir el contagio, sólo eso.
“Lo podrían haber prevenido, pero lo dejaron pasar por las elecciones.”
También pueden curar y prevenir el Chagas o la tuberculosis que matan a miles de personas en nuestro país desde hace muchísimos años. Pero como eso implica implementar políticas complejas para gente que no tiene plata les chupa un huevo, y ojo, no solamente al Gobierno: “Chagas, qué me importa si no vivo en una casa de barro”, “Tuberculosis, ja, como si tuviera ocasión de estar hacinado/a durante horas con gente explotada y mal alimentada”. Claro, me olvidaba que miles de personas pobres no valen siquiera una docena de personas con seguro médico y banda ancha.
¿Por qué la gripe porcina causa tanta indignación?
Porque es otra cosa.
Porque llegó a los subtes, a los taxis, a la oficina.
Porque ser profesional no te inmuniza.
El suelo es de vidrio y el espejo verde. Siempre hay una mujer que dice “sí, vi a alguien subir en otra oportunidad”, pero ella es la primera vez que está ahí y se siente segura de que uno la acompañe.
El cubículo de altura tiene una palanca color acero y consistencia blanda. La mujer no se atreve a tocarla, como si no la conociera. No hay forma de indicar hasta dónde se quiere ir. “Como mucho -uno piensa- voy a llegar hasta el último piso -el catorce- y luego, por la escalera, voy a hasta el piso x”. Pero el cubículo de altura despabila esa ingenuidad.
En el piso quince empieza la desesperación, en el treinta ya no se piensa en nada y en el treinta y nueve el descenso es inminente.
Para bajar, el cubículo de altura desvía su ruta. Se sienten golpes contra el suelo. Es que el cubículo de altura se abre paso a través de los departamentos donde había gente comiendo, durmiendo, cogiendo o pensando en la muerte. Sólo los zapatos de esas personas mantienen una forma parecida a la que tenían antes del impacto.
Es un espectáculo desagradable, no en el momento, sino cuando, ya a salvo, el ruido de ese viaje vuelve a la memoria y con su retorno se siente un electroshock en las costillas.
Hay un hombre que habla desde algún lugar. Dice que es una corriente leve, que no mata a nadie, aunque a algunos sí. Es verdad que es leve, pero también es constante, insoportable, no para nunca, y después de tres o cuatro años no queda otra alternativa que subir hasta el piso catorce, esta vez por la escalera, y recibir un sobre numerado entre el quince y el cuarenta. Adentro hay una llave. Uno debe probar a cuál de los departamentos del piso indicado corresponde y, ya en casa, todo se mezcla o se olvida.
Apenas si puedo pensar. Apenas si puedo hablar. Ellas compran la nafta del auto con el que ahora me llevan a mi casa, me pagan las vacaciones, me lavan la ropa, me regalan comida para toda la semana. Lo hacen porque me quieren. Y saben que aunque esto no me haga feliz, ayuda para algo. Sus nucas, perfectas, casi que hipnotizan. Son las dos hermosas. Silvia se altera. Sus compañeros deben odiarla. Y mamá sigue hablando. No se detiene. Habla con gente que no conozco. Hasta cuando me habla a mí y me llama incluso por mi nombre, no es a mí a quien habla. Si dejaran de cuidarme la vida de los tres funcionaría mejor. Mejor, quiero decir, más naturalmente. Pero no puedo decirles que paren. Tengo miedo a que por fin perdamos nuestras máscaras. Nos dejan pasar sin pagar el peaje. No preguntamos por qué. No preguntamos nada. Silvia se arranca los pelos, de a uno. Nadie se da cuenta de que está loca, lo hace muy lentamente. Si fuese por mí ya me habrían comido los piojos. En eso tienen razón. Y las quiero más cuando tienen razón. Las quiero tanto que hasta a veces se los digo. Un día, muy triste, les escribí una carta a cada una y las pasé por debajo de la puerta. Les escribí cosas horribles, de borracho. Me arrepentí enseguida, pero no tenía llaves para entrar y era muy tarde para tocar el timbre. Nunca me dijeron nada y cada vez que me traen a casa, que estamos los tres solos, tengo miedo de que saquen el tema. Ahora mamá se alegra de que haya abandonado a Laura. No es cierto, lo sabemos, pero preferimos creer que fue así. A Laura sí que no la quería. Si mamá supiera lo que decía, pero yo no puedo repetir esas cosas. No puedo pensar. Apenas si puedo responder gracias, gracias. Hace mucho tiempo que no veo un animal muerto en la autopista.