“Si pudieras verte con mis ojos…”
Hay tantas formas raras de amar como peinados nuevos. Una vez leí la dedicatoria de un libro que le regalaron a un escritor muy sofisticado y melancólico (no sé bien por qué, pero es bastante común que sofisticación y melancolía vayan de la mano). La dedicatoria decía: “Si pudieras verte con mis ojos… L.” L es una ex novia de este escritor, que según me han dicho, estuvo muy enamorada de él. Retomando el tema de la dedicatoria, yo creo que si fuese posible para el sofisticado escritor, al que paso a llamar E, verse con los ojos de L (los ojos con que L veía en ese momento), sumaría a su estado melancólico una importante cuota de vanidad, que a E no le disgustaría en absoluto, ya que para ambas cosas sólo basta un espejo, su objeto preferido por cierto. Pero eso no es lo raro del caso. Lo que llamó mi atención fue el libro elegido como ofrenda de amor. No recuerdo su nombre, pero sí su contratapa. Era el poemario de una chica que se había suicidado. Si en la contratapa no se contase el fin trágico de la poetisa, igualmente al leer los poemas, el lector puede adivinarlo. Todos ellos reflejan el vacío y la aridez de un espíritu rendido. Ahora bien, si unimos la dedicatoria con el contenido del libro la pregunta es: ¿Veía L la melancolía de E? Porque yo creo que nunca se me ocurriría regalarle un libro de poemas escritos por una suicida a un chico melancólico que siempre piensa en la muerte, a excepción de que lo odie o lo sienta una fuerte competencia. Pero este no fue el caso: L no es escritora y mucho menos lo odiaba al momento de regalarle el libro. Entonces volví a leer los poemas y encontré una clave (aunque bastante retorcida para creer realmente que sea una clave): los poemas son tan malos, que al leerlos, E pudo haber pensado que de seguir en ese estado terminaría escribiendo tan mal como la pobre suicida. O (tal vez sea lo más acertado) el estado de melancolía es tan natural en él que hasta es obvio que le regalen un libro así, como cuando a un fumador le regalan un cenicero. De cualquier manera, nada de esto se acerca a responder a la pregunta ¿Veía L la melancolía de E? Y al pensar en eso viene a mí otra pregunta que nunca pude responder con la cabeza y que muy probablemente no tiene nada que ver con todo esto, pero soy lo que soy y suelo hacer este tipo de digresiones: ¿Qué es el amor? Acá señores me meto en un terreno tedioso y contradictorio. Es raro, porque quienes tratan el tema del amor son los filósofos, que nada podrían hacer sin la lengua, pero a la hora de explicar el amor que experimentamos, lo primero que perdemos son las palabras. Así que por tediosa e imposible de responder para una chica de pocas palabras, dejo de lado esta pregunta y responderé la primera: ¿Veía L la melancolía de E? Definitivamente sí. L veía en E a un “caballero de la resignación infinita”[1]: las cosas son como son, sos melancólico, te amo así y así me gusta que seas (Creo que es importante aclarar que L al igual que Regina, la novia del melancólico Kierkegaard, se casó con otro hombre). Yo, en cambio, vi en E a un perfecto co-protagonista de una comedia de enredos: sos melancólico, te amo así, por eso no me gusta que así seas y haré cosas enredadas para que te des cuenta. Yo estuve enamorada de E. No salimos mucho tiempo porque, como buen melancólico, “miente y se equivoca cada vez que abre la boca (…) y así todo lo va a perder”[2]. Para su cumpleaños le regalé La comedia de las equivocaciones y en la dedicatoria le puse: “Si pudieras verte con mis ojos… serías yo. Qué divertido, ¿no?”. Inmediatamente me echó de la fiesta. Creo que a Shakespeare ya lo leyó y no se encuentra dentro de sus preferidos. Es demasiado bufón para su gusto sofisticado, y eso tendría que haberlo sabido. Lástima. Había buen vino en el cumpleaños.
Yvonne Orozco.